El secuestro de más de 200 niñas y las posteriores imágenes de aquellas adolescentes vestidas con el tradicional hijab han generado gran revuelo. Gobiernos, políticos, organismos internacionales y ciudadanos comunes y corrientes han expresado su rechazo a este tipo de metodologías e incluso comenzaron una campaña cuyo slogan es “Bring back our girls” (“Devuélvannos a nuestras niñas”).
Todo muy bonito, pero, lamentablemente, bastante poco efectivo. La evidencia demuestra que a los grupos terroristas no se les enfrenta con frases hechas o con reuniones o cumbres que sólo sirven para seguir botando los siempre escasos recursos económicos, cosa que adquiere aún mayor valor en el caso de Nigeria. Esto último, pues es un país petrolero que genera mucha riqueza, pero que, finalmente, no le llega a la mayoría de los más de 170 millones de habitantes de aquel país.
Ya se sabe, Nigeria es un estado federal en el cual conviven dos grandes religiones. En el norte, el Islam, y, en el sur, el Cristianismo. No hay divisiones precisas, ni nada parecido, pero en aquellas zonas hay supremacía de una u otra religión. Este contexto es fundamental para entender el conflicto actual del gobierno nigeriano (pero también de África o, como mínimo, África noroccidental), pues Boko Haram es un grupo terrorista que cae dentro de la categoría “islamismo radical”.
No viene el caso analizar las diversas interpretaciones que se pueden hacer sobre “islamismo radical”, asi que lo mejor es entender que aquellas palabras significan, en el fondo, que es una agrupación de musulmanes que han optado por llevar al extremo sus preceptos. Y no se trata de algo solamente religioso, pues hay otras variables involucradas.
En este sentido, cabe recordar que Boko Haram fue creado en 2002 por Muhammad Yusuf, un importante líder islamista. Durante su período, el grupo nigeriano mantuvo cierto equilibrio, ya que aunque tenía demandas muy agresivas (como la instauración de la sharia) no había un choque armado, ni tampoco atentados terroristas. Sin embargo, en 2009 se juntaron diversos factores –entre ellos un aumento de la violencia por parte de integrantes de Boko Haram y una agresiva respuesta de las fuerzas policiales-, los cuales llevaron a un poderoso ataque del gobierno.
El saldo dejó, según algunos, al menos 800 muertos en las huestes de Boko Haram y, entre ellos, estaba Muhammad Yusuf. Parecía ser que Boko Haram había sido exterminado, pero aquello estaba lejos de ser real. Todo lo contrario, la agrupación se reorganizó y en la cúpula quedó Abubakar Shekau, quien tenía una “línea ideológica” mucho más radical. A partir de entonces, comenzó el accionar terrorista de Boko Haram, el cual ha dejado miles de muertos.
Entre 2009 y 2013 las cifras muestran sumas bastante oscilantes, pero se cree que el número de fallecidos (por los ataques de Boko Haram) no sería menor a 6.000 personas e incluso podría llegar a poco menos de 20.000. Más allá de estos números, lo concreto es que la amenaza terrorista entró en un plano concreto.
Lo mismo sucedió respecto a los métodos usados por Boko Haram, un grupo que, además, tiene una estructura bastante difícil de examinar o, más bien, reconocer. No se sabe bien qué es Boko Haram, ni tampoco quiénes son los que realmente toman decisiones. Igualmente, se ignora de dónde viene su financiamiento (por más que haya nociones sobre cuáles podrían ser sus fuentes). Por ejemplo, se ha dicho que políticos nigerianos estarían involucrados e incluso se mencionó que algunos de ellos no sólo darían dinero, sino que también tendrían fuertes nexos con algunos de los integrantes de Boko Haram.
Además, el hecho de organizarse sobre la base de células (a nivel nacional e internacional, aparentemente) hace aún más complejo el estudio de su estructura, pues nadie sabe quiénes serían las cabezas de estos subgrupos o cuál sería el grado de comunicación, si es que lo hubiese.
Boko Haram se ha convertido en una agrupación que azota y asusta, pero que no tiene un cuerpo visible y eso es, entre otras cosas, algo que dificulta la lucha contra sus acciones. Tampoco ayuda la forma en que el gobierno nigeriano ha decidido enfrentar este problema y una prueba de ello fue lo acontecido en 2009. Ese “letal ataque” estuvo lejos de poner fin al conflicto y, todo lo contrario, generó una radicalización por parte de Boko Haram. Y esto no es algo que sorprenda, pues en Somalía también pasó algo similar con Al Shabaab. Este último -otro grupo terrorista, pero que opera en el Cuerno de África- perdió mucho terreno con la intervención militar de Etiopía, pero luego logró rearmarse y, aunque diezmado, todavía sigue presente en tierras somalíes.
Las desigualdades sociales también tienen mucho que decir en este asunto. La mayoría de los alumnos universitarios (90%) no vienen de los 12 estados de principal mayoría musulmana –zona donde Boko Haram es más poderoso-, mientras que el alfabetismo femenino sería cercano al 90% en el sur, en tanto que en algunos estados del norte la cifra no superaría el 5%. Y, según estimaciones, 72% de la población del norte viviría en pobreza, algo muy diferente a la realidad del sur (27%).
Es así que aparece la variable socioeconómica del conflicto. No es casualidad que las zonas más pobres del país sean aquellas en las cuales Boko Haram marca más presencia. Por eso, diversos analistas del caso nigeriano han sugerido que una solución a este problema no está en las armas, sino que en una mejor redistribución de la renta y una mayor capacidad de darle Educación a las masas.
Pero esto no es todo, ya que el problema de Boko Haram también involucra otros factores. Nigeria es un país de 174 millones, en el cual habría cerca de 350 grupos étnicos diferentes. Esto último se complementa con la actual disputa entre musulmanes y cristianos.
Por último, cabe detenerse en algo de gran relevancia. Si bien no hay confirmaciones oficiales, se ha podido concluir que Boko Haram tendría importantes nexos con Al Qaeda del Magreb Islámico y Al Shabaab. Además, mantendría relaciones con Ansaru, una rama escindida. En algo que preocupa a buena parte de África, se ha conformado una región en la cual los terroristas (además de traficantes, contrabandistas, delincuentes, truhanes, mafiosos y otros peligrosos personajes) se han convertido en una potente amenaza. Tanto así, que ya controlan ciertas partes de Mauritania, Malí, Níger, Camerún y Nigeria, por dar algunos ejemplos. Con Al Qaeda del Magreb Islámico en el norte de África, Boko Haram en el centro-occidente, Al Shabaab en el centro-oriente y Mujao (y otros) en el Sahel, se ha formado un “rectángulo terrorista” de gran potencia.
En definitiva, Boko Haram es un peligro real, pero una parte importante de esta situación tiene como fuente a las malas decisiones que se han tomado al respecto. Pobreza, macabra explotación del petróleo (a muy pocos les llega la plata de este recurso), malas decisiones políticas del gobierno nigeriano y escasa voluntad para una real solución del problema (por parte de Nigeria, pero de otros países, como Camerún, las potencias occidentales, China y Rusia), entre otros, han sido bencina más que agua en el fuego.
En este contexto, y sabiendo que habrá elecciones presidenciales en 2015, el panorama no sólo es incierto, sino que muy preocupante.
Raimundo Gregoire Delaunoy
raimundo.gregoire@periodismointernacional.cl
@Ratopado
(Publicado en Cooperativa.cl)