El deporte siempre está ligado a la política y eso no se puede poner en duda. A nivel interno, se puede demostrar con algo tan esencial como la existencia de un Ministerio del Deporte o las políticas estatales deportivas. A nivel externo, las competencias y, particularmente, la elección de las sedes de los grandes certámenes deportivos giran en torno a conversaciones políticas y, por supuesto, mucha diplomacia.
Raimundo Gregoire Delaunoy | 15 de marzo de 2023
Esto es algo que se ha podido apreciar en los mundiales de fútbol. En este asunto, hace varias décadas que las votaciones, para elegir el país que acoge a este campeonato, han estado llenas de corrupción y conversaciones entre pasillos. Que Japón y Corea del Sur (2002) hayan albergado la copa del mundo demuestra que a la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) no le importa la futbolización del país que organizará el mundial. Que Sudáfrica (2010) y Brasil (2014) fuesen elegidas confirma que a la FIFA tampoco le interesa el despilfarro de recursos en países subdesarrollados o, como dicen ahora, “en vías de desarrollo”. Lo mismo se puede decir sobre los mundiales albergados por México (1970 y 1986). Que Rusia (2018) y Qatar (2022) hayan sido sedes demuestra, una vez más, la frágil moral de la FIFA, que pareció minimizar a gobiernos autoritarios. Sin embargo, esto no es una novedad, porque ya había hecho eso, por ejemplo, con Argentina, en 1978.
La guinda de la torta fue la elección de la sede del campeonato que se realizará en 2026. En pleno debate sobre los flujos migratorios entre Estados Unidos y México, lo cual significó que ambos gobiernos tuviesen enfrentamientos diplomáticos, la FIFA consideró que lo más razonable era que ambos países, junto a Canadá, organizaran el certamen de 2026.
Actualmente, se están presentando las candidaturas para el mundial de 2030. Como ya se ha informado, el torneo contará con la participación de 48 selecciones -lo mismo ocurrirá con Canadá, Estados Unidos y México 2026- y es por eso que la FIFA está promoviendo postulaciones de al menos dos países. En este momento, ya han sido oficializadas tres candidaturas. La primera fue la de Sudamérica (Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay), tras lo cual fue el turno de la propuesta tricontinental (África, Asia y Europa) de Egipto, Arabia Saudita y Grecia. Finalmente, en las últimas horas se produjo el anuncio de la postulación euroafricana, conformada por España, Portugal y Marruecos.
El dossier sudamericano no tiene una base geopolítica y más bien parece ser una conmemoración deportiva. Sin embargo, detrás de esto se esconde el potente deseo de consolidar al fútbol sudamericano ante el surgimiento de otras confederaciones, las que han pedido, por ejemplo, más cupos en los mundiales.
Diferente es la situación de los otros postulantes. La postulación de Arabia Saudita, Egipto y Grecia parece tener una sólida raíz en la disputa geopolítica del Mediterráneo Oriental. Es evidente que los sauditas no se ubican en dicha cuenca, pero, a través de sus tentáculos diplomáticos, se han involucrado, al igual que Emiratos Árabes Unidos, en la realidad geopolítica del Mediterráneo Oriental. A su vez, Egipto y Grecia se han convertido en férreos aliados a la hora de confrontar a Turquía en esta zona. De hecho, alguien podría preguntarse por qué no se incluyó a este país en vez de Arabia Saudita. Una candidatura mediterránea (y, específicamente, del Mediterráneo Oriental) habría sido bastante lógica. Además, Turquía es un país mucho más futbolizado que Arabia Saudita. Empero, las rivalidades geopolíticas y la creciente inversión saudita en fútbol pesaron.
El caso de España, Marruecos y Portugal es interesante. Originalmente, la federación marroquí quería organizar el mundial junto a otros países africanos, pero las malas relaciones con Argelia y la inestabilidad políticosocial de Libia y Túnez le quitaron peso a esta intención. Se pensó en otros representantes africanos, como Nigeria y Camerún, pero el proyecto tuvo como barrera la misma piedra de tope, es decir, los problemas y la inseguridad interna de sus eventuales socios. Entonces, empezó a surgir la idea de un mundial entre España, Portugal y Marruecos, aunque a la UEFA no le parecía bien esta propuesta. Lo concreto es que ahora se confirmó esta candidatura, la cual se presenta en medio de diversas coyunturas geopolíticas del Mediterráneo. Primero, el avance del Reino Unido en el Mediterráneo Occidental. Segundo, las tensiones diplomáticas entre Francia y Marruecos. Tercero, el apoyo de España a Marruecos en el conflicto del Sahara. Cuarto, la irreversible necesidad de buenas relaciones entre España y Marruecos. Y, por último, la importancia (para Europa) de profundizar sus lazos con Marruecos, que parece ser, al menos hasta ahora, su aliado más estable y confiable en el norte de África.
Como se puede ver, las candidaturas ya están muy conectadas con la geopolítica regional y dicha tendencia seguramente se verá en el momento de la votación. En en el proceso de elección de la sede del mundial de 2026 se vio a los emisarios sauditas convenciendo, de una u otra manera, a diversas federaciones para que votaran por Estados Unidos. Aquello generó un conflicto con Marruecos, a quien no le gustó que un país árabe no apoyara a un miembro de la Liga Árabe y del llamado ”mundo árabe”.
Y es que en el fútbol, al igual que en la diplomacia, no existen los amigos ni los socios. Tan solo prevalecen los intereses nacionales.