El 20 de marzo se conmemoró el 57° aniversario de la independencia de este país magrebí y, más allá de estos festejos, cabe analizar, brevemente, la delicada situación por la cual atraviesa este pequeño, pero importante estado norafricano.
Raimundo Gregoire Delaunoy | 22 de marzo, 2013
Los últimos hechos hablan por sí solos. Tremenda crisis política –incluyendo cambio de gabinete y divisiones internas en los partidos y bloques- y un duro golpe al proceso de estabilidad social tras el asesinato de Chokri Belaid.
Y aunque estas dos realidades ya son suficiente para poder catalogar como “difícil” la situación actual en Túnez, todavía hay otras coyunturas que pueden ser mencionadas. Por ejemplo, el desempleo, la marginalidad social, el salafismo y la cada vez más evidente lucha entre laicos, islamistas moderados y los más fanáticos seguidores del Islam.
Por eso, no extrañó que el mismo día en el cual el nuevo gobierno, liderado por Ali Larayedh, recibía la aprobación por parte de los diputados (con 137 de los 217 votos, es decir, 30 por sobre del mínimo requerido) se anunciara la muerte de Adel Khadri.
Este último era un vendedor ambulante, que, al igual que el conocido Mohamed Bouazizi, optó por autoinmolarse ante su desesperante situación de pobreza, marginalidad y falta de oportunidades. Fue un retorno al pasado, hacia aquel día en el cual Bouazizi gatilló, seguramente sin saberlo, el proceso de cambios en su país.
Sin embargo, el fallecimiento de Khadri vuelve a poner en la superficie el tema central que afecta no sólo a Túnez, sino que a todos los países magrebíes. Se trata de la calidad de vida de su población y, particularmente, de los jóvenes y las mujeres.
En el caso tunecino, la cesantía llega a cerca del 17% de la población activa y en torno del 40% en los jóvenes. Sin embargo, eso sólo es una de las cifras que reflejan el duro momento que vive la Economía del país. Mientras la inflación amenaza con seguir escalando, la balanza comercial registra un saldo negativo cada vez mayor desde 2009. Al mismo tiempo, el déficit público se mantiene al alza (ha subido un 141% entre 2010 y 2013) y la deuda pública se acerca al 50% (ya está en 47.2%).
En este contexto, lo cual se suma a la marginalidad y la pobreza imperante, resulta aún más difícil luchar contra el otro gran rival que tiene Túnez en estos momentos. Es así que los salafistas se han convertido en un gran dolor de cabeza para la sociedad tunecina, no sólo por sus actos de violencia, como el ataque a edificios públicos o embajadas, sino que también por sus intenciones de imponer la sharia e ir en contra del laicismo o, si se prefiere, de un islamismo moderado. El problema es que miembros de Ennahda –partido político que ganó las elecciones para la Asamblea Constituyente y del cual es miembro, entre otros, Ali Larayedh, actual primer ministro- han aparecido con iniciativas y/o declaraciones preocupantes.
Por ejemplo, el diputado Habib Ellouze (de Ennahda) no tuvo problemas en decirle a un medio que la ablación femenina es una “operación cosmética”. Aunque luego lo negaría, el periodista que lo entrevistó afirmó que esas habían sido las palabras de Ellouz. Y no se debe olvidar la polémica del asunto “Nessma”, ya que los salafistas reclamaron con gran dureza por la exhibición de la película Persépolis.
Y aquello no debiese extrañar, pues desde que Ennahda llegó al poder han ocurrido una serie de eventos que han generado preocupación entre la población que lucha por una sociedad laica y con igualdad genérica. Al respecto, aquí se puede destacar otro hecho de gran relevancia y es que tras la última crisis gubernamental –que terminó con la renuncia del primer ministro Hamadi Jebali y la disolución del gabinete- se nombró a los integrantes del nuevo gobierno.
El asunto es que de los 27 puestos, sólo en uno de ellos se nombró a una mujer, es decir, la participación femenina es de apenas el 3.7%. Estos datos posicionan a Túnez, un anterior líder regional en la lucha por los derechos de la mujer, en el penúltimo lugar del Magreb. En primera posición está Mauritania (13.33%), seguido por Argelia (7.89%) y Libia (7.14%), mientras que la última casilla es para Marruecos (3.33%).
Lamentablemente, la pobreza, la cesantía y el auge de grupos que, como mínimo, pueden ser rotulados como “conservadores” no es lo único que afecta a Túnez. El país sigue sin una Constitución y, por lo tanto, no tiene instituciones fijas. Tampoco hay claridad respecto a la fecha de las próximas elecciones legislativas y presidenciales. Y, por si fuera poco, hay evidentes diferencias en torno al tipo de gobierno que debiese implementarse. Así es que mientras Ennahda apuesta por un sistema parlamentario, en tanto que la oposición y los laicos han expresado que el presidente debe mantener ciertos poderes.
En fin, la situación actual de Túnez es bastante nebulosa y, lo que está claro, es que el gobierno deberá enfrentar, a grandes rasgos, cuatro grandes conflictos. La situación económica (que incluye la cesantía y la marginalidad), el auge del conservadurismo (que incluye la situación de la mujer), la débil estructura política (que incluye la imperiosa necesidad de una criteriosa Constitución) y la seguridad del país. En este último punto no sólo habrá que poner atención respecto a los choques sociales internos (que incluye enfrentamientos tribales), sino que también en relación a las fronteras con Argelia y Libia.
Ya no solamente por lo que ocurre al interior de aquellos estados y por lo que sucede en Malí. Claro, pues ahora se ha sumado el anuncio, por parte de los salafistas tunecinos más radicales, de una alianza con Al Qaeda del Magreb Islámico.
Por esto y todo lo mencionado anteriormente, queda la impresión que el estado de urgencia imperante en Túnez, el cual ya fue ampliado por tres meses más en marzo, tendrá que seguir vigente por más tiempo. Así las cosas, los tunecinos y las tunecinas tendrán en sus manos el gran desafío de salvar al país de lo que parecer ser una aún más profunda crisis.
Raimundo Gregoire Delaunoy
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