Magreb / Mundo árabe/Islam
Túnez, el efecto dominó y la construcción de realidad
Es bastante frecuente que en los países occidentales se hable de “chinos”, “árabes” y “negros”. Dentro de los primeros caen todos los orientales de ojos rasgados, entre los segundos aparecen los terroristas musulmanes de prominente bigote y pelo en pecho y, por último, al referirse a los terceros se hace mención a toda persona de […]

Es bastante frecuente que en los países occidentales se hable de “chinos”, “árabes” y “negros”. Dentro de los primeros caen todos los orientales de ojos rasgados, entre los segundos aparecen los terroristas musulmanes de prominente bigote y pelo en pecho y, por último, al referirse a los terceros se hace mención a toda persona de piel oscura y pelo motudo. Este juicio no podría ser más errado y absurdo, pero, lamentablemente, es lo que abunda. Los medios de comunicación se han encargado de crear estas imágenes y de generar una realidad muy diferente a la que existe.

Un kazajo, un coreano y un tailandés son muy diferentes, por más que tengan ojos achinados. Un marroquí, un egipcio y un libanés presentan características diversas, a pesar de ser peludos. Y un sudanés-nilótico, un etíope y un camerunés están lejos de ser parecidos, aunque todos tienen su piel oscura.

Es importante hacer esta mención, ya que ante la caída de Ben Alí y el auge del pueblo tunecino, nuevamente se ha caído en la trivialización de los hechos. Es así que se ha podido escuchar una misma teoría repetida en forma majadera y, por momentos, molesta. Ahora todos aseguran que la situación de Túnez se repetirá, cual efecto dominó, en los países árabes. En este contexto, Jordania, Siria, Egipto, Argelia, Libia y Marruecos, entre otros, están condenados a enfrentar revueltas internas que finalizarían con la retirada de sus actuales gobernantes y, por supuesto, con la llegada al poder de los islamistas. Es que los árabes son todos iguales. A todos les gusta el café, sus mujeres están sometidas por igual, sus sociedades son idénticas y sus sistemas políticos son un calco tras otro.

Sin embargo, no se puede caer en este tipo de conclusiones, pues cada país tiene su propia especificidad, tal cual ocurre, por ejemplo, en Latinoamérica. Perú no es lo mismo que Venezuela, Brasil no es igual a Uruguay y Chile no tiene mucho que ver con Nicaragua. Todos hablan español (salvo Brasil) y tienen como antecedente una cultura cristiano-occidental, pero son diferentes. Eso mismo ocurre en el mundo árabe o, si se prefiere, universo árabe-musulmán.

Para empezar, se debe distinguir entre los dos polos existentes. Se trata del Magreb (integrado por Mauritania, Marruecos, Argelia, Túnez y Libia) y el Mashrek (Egipto, Palestina, El Líbano, Siria, Jordania, Iraq y Kuwait, aunque algunos suman otros estados como Sudán y los de la Península Arábiga). Este simple hecho geopolítico, pero también histórico y geográfico, hace que estas dos regiones tengan algunos elementos en común, pero que incluso estos mismos se presenten con matices. Por ejemplo, en Arabia Saudita no se vive el Islam de la misma forma que en Marruecos o El Líbano. Y sobre el idioma, tampoco es lo mismo. Decir “kif halak” no es igual a “labass”, pero ambos significan “cómo estás”. Claro, el primero es en árabe clásico, mientras que el segundo es en el dialecto marroquí. Puede ser un detalle, pero no lo es tanto y, de hecho, refleja las diferencias culturales entre supuestos mellizos que en realidad no son más que parientes.
A nivel político, no es lo mismo la monarquía marroquí que la jordana, mientras que el sistema argelino es diferente al libio o al iraquí. Y qué decir de la estructura de gobierno libanés, que es todo un mundo de por sí. Lo mismo ocurre con la injerencia que puedan tener los ejércitos o la manera en que los partidos islamistas participan en la construcción de los países.

Entonces, vuelve a aparecer la gran pregunta. ¿Se puede repetir en países árabes lo ocurrido en Túnez? En teoría, claro que sí, ya que la realidad nos muestra pueblos descontentos en países como, por ejemplo, Argelia, Libia y Egipto. ¿Necesariamente se producirá el efecto dominó? Posiblemente, no, pues cada país tiene sus particularidades.

Al respecto, es necesario revisar, brevemente, las condiciones en las cuales tuvo lugar la rebelión tunecina. Primero, se trata de una sociedad con mayor nivel educacional que muchas otras del mundo árabe. Segundo, la élite y la clase media estuvieron involucradas. Tercero, el principal eje fueron los “diplomados cesantes” y las juventudes disconformes con la política existente (después se sumaron los sindicatos). Cuarto, no hubo una matriz religiosa directa. Quinto, y último, las Fuerzas Armadas tuvieron un rol relevante, pero a favor del pueblo.

Resumiendo, las protestas y la mala redistribución de la renta son una constante en el mundo árabe, pero aquello no es suficiente para que, imperiosamente, tenga lugar un espiral de revoluciones populares contra sus gobernantes. La ignorancia de la gente, la influencia de los militares, las luchas religiosas, el populismo, el apoyo de Occidente (léase, Estados Unidos y la Unión Europea) y las diferencias en la estructura socio-política y religiosa de sus sociedades son elementos que sugieren adoptar una postura moderada a la hora de realizar proyecciones. Lo acontecido ha sido un fuerte llamado de atención para todos los actores involucrados y, por eso, lo más probable es que se generen importantes cambios, pero cada país con su respectiva realidad social.

En este asunto, hay escala de grises. Querer ver en blanco y negro es otra cosa.

Raimundo Gregoire Delaunoy

raimundo.gregoire@periodismointernacional.cl
Fotografía: Agencias