Ya van casi dos meses desde el inicio de las protestas en buena parte del espacio árabe y, con el paso del tiempo, es posible realizar algunos análisis. Tanto así, que últimamente abundan las teorías, las hipótesis y las proyecciones respecto a cómo podría (o debería) terminar este asunto.
Mientras en Túnez todo indica que efectivamente habrá un cambio, en Egipto la situación es más compleja, ya que los manifestantes siguen firme en su intención de provocar la caída de Hosni Mubarak, en tanto que este último está lejos de ceder y abandonar el poder.
Este hecho, justamente, es el que permite elaborar diversas especulaciones. Sin embargo, más allá de posibles o supuestas opciones, lo mejor es tratar de entender lo que está sucediendo y, quizás más importante aún, comprender el escenario que va estableciéndose.
En este sentido, hay que destacar que por sobre lo visible (caída de Ben Alí, agonía del sistema político-social egipcio y reformas y cambios en Argelia, Libia, Jordania y Yemen), se ha ido generando un nuevo tejido en las relaciones mediterráneas. Así es, pues los nexos entre la Unión Europea, el Magreb y el Medio Oriente no debieran volver a ser lo mismo, es decir, ha llegado el momento de establecer enlaces concretos y reales, sin esconder verdades con un parche, ni avalando malas prácticas políticas y sociales.
Aún no se sabe qué ocurrirá, finalmente, en los países árabes que hasta el momento se han visto involucrados en este proceso de cambios. Quizás lleguen al poder los grupos islamistas (lo cual no equivale a hablar de fundamentalistas), tal vez sean los laicos que igual logren la hegemonía o, quién sabe, en una de esas fuerzas militares puedan acceder al poder mediante comicios libres.
Nadie tiene la bola de cristal para saber qué pasará, pero todo lo acontecido es un llamado de alerta para que las relaciones mediterráneas se construyan a partir de una sólida base y no de voladores de luces, tal cual se había hecho hasta el momento.
Todo lo anteriormente hecho, o al menos una gran aparte de ello, deberá quedar en el olvido, para así iniciar una nueva era. El Foro 5+5, el Partenariado Euromediteráneo y la Política Europea de Vecindad de la Unión Europea han fracasado en su intento de integrar con sólidos valores y perduradero equilibrio a toda esta importante región. La Unión del Magreb Árabe también ha sido un fallido proceso de hermandad, que más que acercar ha provocado alejamiento y alergia al diálogo. Y qué decir del marketeado, pero inútil y absurdo Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo, una instancia que más bien parece un juego de salón del presidente francés Nicolas Sarkozy y otros líderes europeos, magrebíes y árabes (entre ellos, Hosni Mubarak).
Una verdadera integración mediterránea nunca tendrá lugar en la medida que no se solucionen los grandes problemas de la región. Y ahí están el conflicto árabe-israelí, el asunto del Sahara Occidental, el proceso de adhesión de Turquía a la Unión Europea, la aceptación del Islam y del mundo árabe como un igual, la limpieza de las dictaduras y/o autocracias sustentadas en pos de mantener un club judeo-cristiano falso e inexistente, etc.
Entonces, este será el gran desafío y dilema para los países mediterráneos. Desafío, pues genera una hermosa oportunidad de enmendar el rumbo. Dilema, porque no existe claridad, ni certeza en que realmente se lleve a cabo el proceso en la forma que lo amerita.
Por eso, los hechos ocurridos en Túnez, Egipto y, quizás, en otros estados árabes, no sólo serán trampolines para plenas libertades –lo cual traería consigo, posiblemente, la llegada de los grupos islamistas al poder-, sino que permitirá inferir hacia dónde irá el buque de la integración.
Mientras, no queda otra que observar y esperanzarse con tiempos mejores. Aunque cueste.
Raimundo Gregoire Delaunoy
raimundo.gregoire@periodismointernacional.cl
Fotografía: France Info