Uno de los ejes de la política exterior de Donald Trump ha sido involucrarse, activa y directamente, en Medio Oriente y, particularmente, en el conflicto árabe-israelí. Es así que sus esfuerzos han estado dirigidos a conseguir nuevos reconocimientos de Israel y, específicamente, la generación de vínculos diplomáticos oficiales entre dicho país y sus pares árabes. Al respecto, todo se concretó el 13 de agosto del presente año, día en el cual Emiratos Árabes Unidos e Israel anunciaron el establecimiento de relaciones diplomáticas, lo cual fue seguido, el 15 de septiembre, por la normalización de los nexos entre Bahrein e Israel. Estos últimos, consolidarían el acercamiento el 18 de octubre, ya que en esa fecha generaron vínculos diplomáticos. En ambos casos, la injerencia y participación de Estados Unidos fue fundamental.
Luego de lo ocurrido con Emiratos Árabes Unidos, una serie de proyecciones y rumores empezaron a circular, los cuales intentaban dilucidar cuáles serían los siguientes estados del “mundo árabe” que seguirían los pasos de Emiratos Árabes Unidos. Se dijo que Arabia Saudita -por ser aliado de Estados Unidos y tener nexos secretos o subterráneos con Israel- podría ser un buen candidato, pero también se mencionó, entre otros, a Sudán, Bahrein, Omán e incluso Marruecos. Finalmente, Bahrein despejó las dudas y se sumó a la lista que integran Egipto (relaciones diplomáticas con Israel desde 1979), Jordania (1994) y Emiratos Árabes Unidos (2020). Tras la normalización entre Bahrein e Israel, se repitió el mismo ejercicio y nuevamente aparecieron los mismos nombres. Varios gobiernos comunicaron, en forma clara, que no reconocerían a Israel, ni tampoco establecerían vínculos diplomáticos. Así fue que Kuwait, Omán, Marruecos y Argelia, por dar algunos ejemplos, anunciaron que no cambiarían su postura respecto del conflicto palestino-israelí. Empero, con mucha fuerza se apuntó a Sudán, cuyo gobierno de transición entregó unas declaraciones algo difusas y que, desde esa perspectiva, permitió que aumentaran las especulaciones sobre un eventual avance de Estados Unidos e Israel en Sudán.
En septiembre y octubre, Sudán y Estados Unidos profundizaron las negociaciones y el diálogo sobre dos hechos fundamentales. Los africanos insistieron en que su contraparte estadounidense los sacara de la lista de patrocinadores del terrorismo, mientras que los norteamericanos buscaban un acuerdo sobre la indemnización por atentados ocurridos en 1998 (contra embajadas de Estados Unidos en Dar es Salaam, Tanzania, y Nairobi, Kenya) y 2000 (contra un destructor que estaba en las costas de Yemen). Al final, Sudán y Estados Unidos acordaron que el primero pagaría una indemnización de 355 millones de dólares, gracias a lo cual también se confirmó que Sudán sería eliminado del listado de países que apoyan al terrorismo. En medio de todo esto, diversas fuentes y distintos investigadores aseguraban que el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Sudán e Israel estuvo sobre la mesa y que, de hecho, habría sido parte de las condiciones para alcanzar el acuerdo. Más allá de esto, lo concreto es que el 23 de octubre se produjo el anuncio, por parte del gobierno de Estados Unidos, de la normalización entre Sudán e Israel. Así, ambos estados generarían relaciones diplomáticas, algo que, de todas formas, aún no está confirmado. Básicamente, pues la normalización debe ser aprobada por el Consejo Legislativo, un órgano que aún no se ha conformado en Sudán. Esto último, pues el país se encuentra en pleno proceso de transición, la cual finalizará con elecciones en 2022. Al respecto, no se debe soslayar que el Consejo Legislativo estará integrado por diversos sectores de la sociedad civil y esto permite concluir que el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Sudán e Israel podría quedar detenido. Por ejemplo, según el último sondeo de Arab Opinion Index, el 79% de los ciudadanos sudaneses encuestados aseguró que se oponía al reconocimiento de Israel, mientras que apenas un 13% se mostraba favorable a reconocer al estado israelí. Una demostración de aquello es que el sábado 24 de octubre hubo protestas, por el anuncio de normalizar los nexos con Israel, en las calles de Khartoum.
Volviendo al tema del acercamiento entre Sudán e Israel, es importante mencionar que Estados Unidos ha tenido una activa participación y, en este sentido, ha sido un nuevo triunfo para Donald Trump y Benjamin Netanyahu. Eso sí, queda la gran duda de cuánta validez tendrán estos progresos diplomáticos. Primero, pues, a días de las elecciones presidenciales estadounidenses, es lógico pensar que todos estos movimientos obedecen a la campaña electoral del actual mandatario de Estados Unidos. Junto a eso, queda la interrogante sobre qué pasaría en caso que Trump no logre la reelección. ¿Habrá una continuidad de la política exterior de Trump respecto de Israel?, ¿se le harán modificaciones o simplemente se tomará otra dirección en los asuntos de Medio Oriente? Luego, también es necesario mencionar que el reconocimiento de Israel, como un estado y una parte legítima al momento de dialogar, es fundamental para conseguir una solución a los antagonismos existentes en Medio Oriente. Sin embargo, para que esto ocurra, también debe ir acompañado de gestos por parte del estado israelí. Así, lo deseable sería que se anunciara el término de las anexiones, el establecimiento de los límites previos a 1967, el cese de las violaciones a los derechos humanos y, finalmente, llamar a negociaciones sobre la situación de Jerusalén y, específicamente, de Jerusalén Este. En la medida que Israel no haga esto, cualquier tipo de acercamiento con otros estados árabes carecerá de legitimidad y, de hecho, podría ser interpretado como un deseo de perpetuar el actual estado del conflicto.
En este contexto, es probable que otros gobiernos del “mundo árabe” establezcan relaciones diplomáticas con Israel, pero también es evidente que muchos otros no lo harán. Es el caso de Argelia, Marruecos, Líbano y Kuwait, quienes han expresado, con claridad, sus posturas. Lo de Omán es incierto, pues hubo un cambio en la dirección del país (un nuevo sultán) y habrá que ver si su política de neutralidad será mantenida. Qatar, como aliado de Turquía, seguramente no modificará su posición respecto de Israel, en tanto que Irak y Siria tampoco deberían realizar acercamientos. En este escenario, cabe agregar que Líbano e Israel acordaron resolver sus disputas limítrofes en el mar Mediterráneo, lo cual permite ver que los avances diplomáticos israelíes no solo apuntan a los vínculos diplomáticos oficiales, sino que también a conseguir acuerdos en materias complejas y de históricas dificultades. En línea con esto último, Israel es parte del recientemente lanzado Foro del Gas del Mediterráneo Oriental, el cual incluye a Chipre, Egipto, Grecia, Jordania e Italia. Además, Francia pidió ingresar al mismo. Esta alianza, teóricamente por los recursos naturales, es también un nuevo frente de combate entre Turquía y diversos países de dicha región, dentro de los cuales está Israel. En este contexto, sería interesante ver qué postura podría tener el Líbano. Si bien es cierto que un avance en las relaciones con Israel podría ser muy peligroso -el país se encuentra sumido en una profunda crisis, económica y social-, la integración regional podría ser beneficiosa para aumentar el Producto Interno Bruno (PIB). Así, la definición de los límites marítimos con Israel, podrían permitir al gobierno libanés la exploración y eventual explotación de los recursos gasíferos.
Turquía es, sin duda, el gran perdedor en esta oportunidad. Si bien hay otros derrotados, empezando por Palestina e Irán, Recep Tayyip Erdogan ha sufrido un duro revés, ya que, tras la caída de Omar al Bashir y la llegada de un gobierno de transición, el gobierno turco deseaba aumentar los nexos con Sudán y, en particular, aumentar su presencia e injerencia en dicho país. Esto último, continuando su lucha contra el bloque integrado por Arabia Saudita y Emiratos Árabes. En los últimos años, especialmente en la última década, los dos principales estados de la Península Arábiga han iniciado una fuerte y ascendente penetración en la geopolítica del Cuerno de África y Turquía deseaba contrarrestar el poder que estaba obtenidos sus dos rivales, con los cuales se enfrenta, además, en Libia (principalmente, Emiratos Árabes Unidos), el Mediterráneo Oriental (Emiratos Árabes Unidos) y en el conflicto palestino-israelí.
Por último, el acercamiento entre Sudán e Israel debiese traer consecuencias en el Cuerno de África. Básicamente, pues, en el largo plazo, los puertos de Eritrea, Djibouti y Somalía (también la región de Somaliland) tendrán que reacomodar sus fichas ante un eventual desarrollo de la infraestructura portuaria sudanesa. Además, Etiopía y Somalía habían acordado invertir en cuatro puertos del mar Rojo, lo cual podría chocar con eventuales inversiones de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Estados Unidos e Israel en los puertos y las costas de Sudán. Esto último se sumaría a la compleja presencia de diferentes países en la región, lo cual ha generado roces entre los gobiernos del Cuerno de África. Finalmente, Sudán podría maximizar su explotación petrolera y recuperar su importante rol en la zona. Sobre esto, queda la interrogante en relación al posible uso de Sudán como vía de entrada hacia países de la región que tienen buenos vínculos con Sudán.
Raimundo Gregoire Delaunoy
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