Afectado por el cambio climático, conflictos político-sociales y la hambruna, el Cuerno de África agregó una nueva preocupación en octubre de 2019. En aquel entonces, comenzó una invasión de langostas del desierto, generando mucha preocupación y poniendo en riesgo alimentario a millones de personas en dicha zona de África. Con el paso de los meses, cabe preguntarse cuál es la situación actual de este fenómeno que ha adquirido, según la misma Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), proporciones bíblicas.
La historia del Cuerno de África habla por sí sola y muestra las dificultades que ha enfrentado esta región, que, por lo demás, es una de las más importantes de la geopolítica mundial. En este sentido, basta con revisar algunos acontecimientos de los últimos años para darse cuenta de la magnitud del problema. Por ejemplo, entre marzo y junio de 2018 hubo terribles inundaciones, mientras que entre junio y septiembre del mismo año tuvo lugar un brote de la fiebre del Valle del Rift en Kenya y Somalía. Poco después, en octubre de 2018 y septiembre de 2019, habría hitos en la sequía que afecta a África Oriental, la cual comenzó en 2016 y que ha significado que más de 20 millones de personas hayan tenido que desplazarse y/o enfrentar drásticos cambios en su vida cotidiana. Luego, entre octubre y noviembre de 2019, se producirían las peores inundaciones desde 1997, con montos de precipitaciones que superaron en un 300% lo normal. Esto generó 250 muertos y 2,8 millones de personas afectadas. Y, por si fuese poco, en octubre de 2019 comenzó la actual plaga de langostas del desierto, que se desarrolló, al inicio, en Etiopía, Kenya y Somalía. Mientras en territorio etíope y somalí no había ocurrido algo así en 25 años, en el caso de Kenya un registro de tal nivel se encontraba 70 años atrás.
Si bien los países del Cuerno de África han comenzado a trabajar para mejorar la condición de vida de sus habitantes, este proceso es aún incipiente y, para peor, acompañado de grandes desigualdades socioeconómicas. Además, se trata de estados con una gran fragilidad institucional, lo cual ha impedido, entre otras cosas, una mayor integración regional. A pesar que existe la Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo (IGAD), las relaciones entre los estados miembros siguen siendo irregulares y marcadas por los vaivenes regionales. Mientras Kenya ha avanzado en pos de consolidar un sistema político democrático, Etiopía recién en 2018 optó por esta senda, aunque, debido al Covid-19, no se pudieron realizar las elecciones generales anunciadas y que serían claves para ver hacia dónde iba el país. En paralelo, Eritrea y Djibouti siguen siendo gobernados por dictaduras, en tanto que Somalía lucha para fortalecer su sistema federal, el cual siempre está amenazado por Al Shabaab y la fragmentación interna (como principales ejemplos aparecen los casos de Somaliland y Puntland). Por último, en Sudán del Sur recién se están dando algunos pasos hacia el fin de las hostilidades y la consolidación del estado, mientras que en Sudán cayó Omar al Bashir, pero aún es incierto el camino que seguirá dicho país, el cual estuvo férreamente marcado por una dictadura de muchos años. Desde la llegada de Ahmed Abiy al poder de Etiopía, como primer ministro, comenzaron a soplar nuevos vientos en la región. Esto implicó que Eritrea y Etiopía sellaran la esperada paz, pero también que se produjeran otros importantes movimientos diplomáticos en la zona. Así, Eritrea y Somalía restauraron sus nexos, en tanto que estos dos últimos y Etiopía firmaron un acuerdo de cooperación económica. Además, tras diez años de congelamiento, Djibouti y Eritrea anunciaron la normalización de su vínculo, mientras que Eritrea y Somalía declararon la reapertura de sus embajadas. Estos son algunos de los principales cambios, pero también se debe mencionar que ha habido disputas diplomáticas. La más famosa es la que han mantenido Kenya y Somalía por aguas territoriales, pero a eso se debe sumar la pugna entre Djibouti y Kenya por un cupo como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.
La presentación llega a dar escalofríos. Y eso que podría ser peor, pues a lo mencionado previamente se deben sumar, entre otros, la actividad terrorista de Al Shabaab, la piratería -por más que en los últimos años haya bajado considerablemente-, el fenómeno migratorio, la inestabilidad político-social, la presencia de refugiados y los conflictos internos y regionales. En resumen, el Cuerno de África es una zona en la cual viven cerca de 214 millones de personas, muchas de las cuales sufren por estos problemas, pero, además, por la falta de alimentos. Según la FAO, 70 millones de habitantes de esta región se ven enfrentados a la inseguridad alimentaria, lo cual se explica, entre otros motivos, por las condiciones climáticas -una zona árida o semiárida que alterna sequías con inundaciones-, los conflictos, la explosión demográfica, la precariedad institucional o gubernamental y la baja productividad de la agricultura.
En este contexto, es necesario entregar unas cifras sobre la situación de los refugiados y los desplazados internos de la región. Según datos de la Organización Internacional para la Migración (IOM), en 2019 había 8,1 millones de desplazados internos y 3,5 millones de refugiados en el Cuerno de África y África Oriental. En detalle, algunos casos son llamativos. Por ejemplo, en Somalía hay 2,6 millones de desplazados internos por la sequía y los conflictos, a lo cual se deben agregar 5,4 millones en condiciones de inseguridad alimentaria. La situación de Somalía es aún más dramática si se toma en cuenta que 775.484 somalíes dejaron su país y fueron acogidos, como refugiados, en los países del Cuerno de África y Yemen. En el caso de Etiopía, llegó a tener 3,1 millones de desplazados internos, pero en abril de 2018 ya eran 2,3 y en octubre de 2019 la cifra era menor a 100.000 personas. Eso sí, Etiopía alberga a 763.827 extranjeros, la mayoría provenientes de otros países del Cuerno de África. A su vez, Uganda acoge a cerca de 1,4 refugiados y, a nivel continental, ocupa el primer puesto en este ítem. Por último, Sudán del Sur anota 1,7 millones de desplazados internos, lo cual demuestra que la inestabilidad política y social genera desplazamientos masivos. Muchas de estas personas terminan en otros países, pero otros tantos se mueven al interior de las fronteras. Completando el panorama de los desplazados internos, Sudán tiene cerca de dos millones, en tanto que Somalía se anota con 810.000 aproximadamente. Djibouti y Eritrea no tienen cifras oficiales, mientras que Kenya ronda los 150.000.
En este contexto, la plaga de langostas del desierto ha sido una mala noticia para una región que, como se pudo ver en los párrafos previos, ya tenía una serie de problemas por resolver y que, peor aún, mantiene a millones de personas en condiciones de vida muy precarias. En este escenario, la invasión de langostas solo vino a empeorar la situación alimentaria.
¿Qué ha pasado y cuál es la proyección?
Primero, es necesario tener una noción acerca de lo que significa esta plaga de langostas del desierto, la cual ha sido catalogada como “severa y aguda”. Según la FAO, al menos 25,3 millones de personas sufren, en el Cuerno de África, por la inseguridad alimentaria y 11 millones de ellas se encuentran en áreas amenazadas por las langostas. Al respecto, cabe recordar que un enjambre (de langostas) de un kilómetro cuadrado puede comer, en un día, lo mismo que 35.000 personas, en tanto que, de no tomarse las medidas adecuadas, la cantidad de langostas del desierto podría aumentar en 400 veces. Sobre esto último, en época de plaga, las langostas se pueden diseminar a través de un área de hasta 29 millones de kilómetros cuadrados, es decir, podrían llegar hasta 60 países.
Lo anterior se traduce, en términos económicos, en la necesidad de contar con 231,6 millones de dólares para que la FAO pueda llevar a cabo una rápida respuesta. Como se puede ver, son números bastante contundentes, pero lo positivo es que los recursos económicos han llegado. De hecho, se han recaudado 144 de los 231,6 millones de dólares necesarios, lo cual asegura que se podrá actuar en los países del Cuerno de África (Djibouti, Eritrea, Etiopía, Kenya, Somalía, Sudán y Sudán del Sur), pero también en otros cercanos (Tanzania, Uganda y Yemen).
El problema es que las proyecciones de la FAO aseguran que la plaga aumentará en escala a través de Etiopía, Kenya y Somalía. Durante junio, se extenderá hacia el norte, en algunas zonas de Etiopía, Eritrea, Somalía y Sudán. Lo anterior es preocupante, ya que en esa fecha comienza la actividad agrícola en dichos países y, de hecho, el principal efecto de esta plaga es que la cosecha estacional podría disminuir en gran forma. Si se toma en cuenta el peor escenario pronosticado por la FAO, hacia fines de año, entre 2,5 y 4,9 millones de personas entrarían en fase de crisis alimentaria.
Según el último reporte de la FAO, correspondiente al 13 de junio, los enjambres avanzarían hacia el norte, llegando a Etiopía y Sudán. En caso que efectivamente llegaran a territorio sudanés, ahí podrían emigrar a la región oriental de Chad, pero solo si es que encontraran las condiciones áridas ideales en Sudán. Si llegase a pasar a Chad, entonces podrían seguir su paso, eventualmente, por el Sahel. La buena noticia es que esta amenaza solo duraría cuatro semanas, ya que luego comenzaría la temporada estival de lluvia en Sudán.
En paralelo, en Yemen habrá importantes movimientos internos de enjambres, los cuales podrían llegar hasta el noreste de Etiopía y el norte de Somalía. Finalmente, la FAO sugiere que Etiopía, Sudán y Sudán del Sur se mantengan en alta alerta durante las próximas semanas, mientras que África Occidental debe seguir tomando medidas preventivas. En Eritrea, unos pocos enjambres, provenientes de Etiopía, podrían llegar al sur y a las tierras bajas de la región occidental del país. En cuanto a Djibouti, unos pocos grupos y pequeños enjambres podrían arribar, desde Etiopía y Somalía, al sur del territorio.
Respecto de la situación en Somalía, lamentablemente aumentarán los enjambres, especialmente en el centro y norte del país, en tanto que, en Kenya, también se producirán estos grupos y enjambres, los cuales emigrarán hacia el norte una vez que las condiciones atmosféricas sean más secas.
Como se puede ver, la situación es dramática y seguirá generando sufrimiento por al menos tres o cuatro semanas más. Además, existe la posibilidad que las langostas sigan avanzando y pongan en riesgos a regiones tan lejanas como el Sahel, la Península Arábiga, algunas zonas de Medio Oriente, Irán y parte del subcontinente indio. Así, es fundamental que los gobiernos del Cuerno de África mantengan sus esfuerzos y medidas, lo cual debe ser acompañado por el apoyo de organismos internacionales y ciertos estados desarrollados. Así ha sido hasta ahora y, gracias a eso, se han podido tomar medidas al respecto. Finalmente, así como la actual pandemia de Covid-19 ha generado un debate respecto de la cooperación internacional y la integración regional en asuntos sanitarios, la presente plaga de langostas del desierto también debiese significa que ciertos países generen políticas comunes para enfrentar a este tipo de crisis. Al igual que la salud, los alimentos no pueden esperar y siempre deben estar disponibles para el ser humano.