En diciembre de 2019 comenzaba uno de los momentos más complicados del siglo XXI. Mientras el mundo seguía con su cotidianeidad, China se esforzaba para ocultar el avance de una nueva gripe, pero que, a diferencia de otras, parecía ser demasiado contagiosa y letal.
El tiempo pasó y la olla se destapó. Un doctor chino difundió un mensaje, en el cual advertía a los demás países de la bomba de tiempo que estaba gestándose en China, pero al tiempo después se informaba que el médico había muerto tras haberse contagiado del Covid-19, más conocido como coronavirus.
Si en diciembre el Covid-19 era un problema chino, en enero empezó a ser un asunto grave para Asia y, en un par de semanas, ya había 20, 30 o 50 países con casos positivos de este nuevo virus. España, Italia e Irán se convirtieron en los ejemplos que le demostraron al mundo que esta enfermedad era demasiado fuerte y que era capaz de afectar, severamente, a los mejores sistemas de salud del planeta.
En marzo el asunto fue dramático, ya que, día tras día, todos los países cayeron bajo las garras del coronavirus. Incluso aquellos que tomaron medidas como cerrar todo tipo de fronteras (El Salvador) tuvieron que ver cómo el virus se las arreglaba para entrar y sumar nuevos estados a la lista.
Hoy, a fines de abril, la situación es triste y desoladora. Casi 2.500.000 de contagiados en el mundo, unos 170.000 fallecidos y 210 países o unidades territoriales luchando contra este virus. Sin embargo, las proyecciones son aún peores, ya que se espera que se pierdan al menos 200 millones de empleos y se vaticina que 500 millones de personas se convertirán en pobres. Por si fuese poco, seguirán aumentando la cantidad de infectados y de muertos por el Covid-19.
Así las cosas, la única esperanza es que pase rápido el tiempo, para que lo antes posible se pueda contar con una vacuna. Eso sí, esta última tendrá que estar al alcance de unos 7.800 millones de personas, lo cual hace que la tarea de vacunar a toda la población sea muy larga y complicada. En este sentido, genera mucha expectación el anuncio de unos científicos suizos, quienes creen que en octubre de este año podría estar entregando las primeras dosis de una vacuna.
Más allá del drama humano, que es lo más relevante, cabe mencionar algunas observaciones desde un prisma político. Primero, se ha sabido que desde 2007 había informes que informaban sobre la amenaza de una eventual pandemia, la cual podría azotar al mundo en poco tiempo. En ese contexto, cuesta entender que los gobiernos de los países no hayan tomado medidas. Y, aún más incomprensible, cómo puede ser que la ONU y la OMS no hayan tomado cartas en el asunto. Al parecer, una vez que se controlaron los brotes de MERS y SARS (parientes del Covid-19), se dejó de investigar y, peor aún, se abandonó la tarea de generar una vacuna contra dichos virus.
Luego, la actual pandemia ha dejado en evidencia que se necesita una permanente y profunda cooperación internacional en asuntos de salud. Es salgo lógico, pero que solo ahora, con una pandemia fuera de control, se ha convertido en un tema obligado de discusión y análisis.
Otro asunto de gran importancia es la globalización. La apertura de fronteras y el libre tránsito de millones de personas ha sido muy positivo, pero hoy demuestra que un movimiento sin control puede ser un gran riesgo para la humanidad. Todo apunta a que los desplazamientos transfronterizos no volverán a ser los mismos.
El modelo de desarrollo y producción también llega a los tribunales. Si ya había mucho debate sobre cuál es el paradigma de vida apropiado para la humanidad, ahora todo adquiere más valor. Aguas cristalinas, animales transitando libremente, disminución de la contaminación, progresos en la capa de ozono e incluso una baja en movimientos telúricos son algunas de los «descubrimientos» que nos ha legado el confinamiento de miles de millones de personas. Todo indica que el planeta necesitaba un respiro y el gran desafío será mantener dicha situación una vez que la «normalidad» vuelva.
Por último, dos reflexiones. Es momento que los gobiernos de los diferentes estados asuman que el actual escenario geopolítico no puede mantenerse. La lucha por los recursos, tampoco. La política maquiavélica, menos aún. Es necesario dejar a un lado a los intereses políticos y económicos, para empezar a unirse en pos de algo tan esencial como salvar al planeta. Mantener un contexto internacional donde hay unas cuentas potencias que mantienen su poder por medio de la destrucción de sus pares más pobres y de la naturaleza no tiene lógica.
Y sobre China, llegará el momento de ver qué fue lo que realmente pasó con la propagación del virus. Hasta ahora, hay muchas interrogantes y, lamentablemente, todo apunta a que, como mínimo, hubo un negligente modo de operar por parte de las autoridades chinas. Los próximos meses no solo serán fundamentales para conseguir una vacuna, sino que también para observar cómo cambiarán las alianzas y el juego diplomático. De ocurrir ciertas cosas, el mundo podía verse amenazado. Ya no por el coronavirus, pero sí por la brutalidad de quienes se han encargado, una y otra vez, de destruir al mundo.
20 de abril de 2020