Tras 20 años de negociaciones, finalmente se cerró uno de los tratados más importantes del mundo. Claro, pues el Mercado Común del Sur (Mercosur) y la Unión Europea (UE) establecieron un Acuerdo de Asociación Estratégica, marcando un hito en las relaciones entre ambas partes y en la integración comercial a nivel mundial.
Raimundo Gregoire Delaunoy | 1 de julio de 2019
Al respecto, los números hablan por sí solos. Un mercado de aproximadamente 800 millones de personas y que involucra a cerca del 25% del PIB mundial. En paralelo, el intercambio comercial entre el Mercosur y la UE totalizó casi 88.000 millones de euros en 2018. Sin dudas, se trata de cifras de grandes dimensiones.
Junto a lo anterior, la Unión Europea hace años viene trabajando en la integración con América Latina y aunque el proceso no ha sido fácil –por ejemplo, vale recordar la famosa guerra de los aranceles-, poco a poco se han ido generando acuerdos con diversos Estados o bloques de integración regional. Es así que en 2012 se firmó un histórico Acuerdo de Asociación entre Centroamérica y la Unión Europea, mientras que en 2007 comenzaron las negociaciones para un acuerdo del mismo nivel con la Comunidad Andina (CAN), lo cual derivó, finalmente, en un acuerdo comercial multilateral con Colombia y Perú. Este último fue firmado en 2010 y entró en vigor en 2013. Cuatro años después, Ecuador se sumó a este acuerdo. Respecto del Caribe, la UE basa sus nexos con dicha región en el Acuerdo de Cotonou (2000 y que incluye a países de África, el Caribe y el Pacífico) y en el Acuerdo de Asociación Económica UE-Cariforum (2008). Por último, no se pueden soslayar los Acuerdos de Asociación firmados con Chile y México –Estados con los cuales también tiene acuerdos comerciales-, a los cuales se agregan el Acuerdo de Asociación Estratégica con Brasil y el Acuerdo de Diálogo Político y de Cooperación con Cuba. A todo lo anterior se deben sumar iniciativas multilaterales de gran escala como, por ejemplo, las cumbres UE-CELAC.
Como se puede ver, la Unión Europea ha establecido sólidos vínculos con América Latina y es en este contexto que debe ser analizado y valorado el reciente Acuerdo de Asociación Estratégica con el Mercosur. Sin embargo, dejando a un lado la alegría de finalizar un proceso que duró dos décadas, cabe analizar, algo más en frío, sus repercusiones y, junto a eso, las espontáneas reflexiones que aparecen.
Desde una perspectiva positiva, se puede establecer que la Unión Europea y América Latina han ido avanzando en la integración, aunque el proceso ha estado lleno de altibajos o, si se prefiere, de momentos de aceleración y freno. También, siguiendo con la línea optimista, la UE ha sido capaz de entender que una negociación con toda América Latina y el Caribe era una utopía y, por lo mismo, optó por negociar con bloques de integración regional (Comunidad Andina, Mercosur, Centroamérica, etc.) o en forma bilateral con ciertos Estados específicos.
Empero, este modelo deja muchas dudas y preocupaciones sobre el estado de la integración latinoamericana y, particularmente, sudamericana. A diferencia de la Unión Europea, Sudamérica es una región con pocos países (12), los cuales, además, suelen tener muchos factores en común. Por ejemplo, la raíz lingüística, la tradición cristiana y una mezcla racial-cultural que, aunque es variada, es relativamente homogénea (básicamente, una mixtura entre poblaciones negras, indígenas y europeas, a las cuales se agregan migraciones modernas de árabes, chinos, coreanos y japoneses). Por eso, es preocupante que Sudamérica no logre tener un proceso de integración capaz de aunar a los 12 Estados del subcontinente, entendiendo que algo así permitiría tener más fuerza y mejores condiciones de negociación con las grandes potencias, pero también con otras regiones.
En este punto, es necesario revisar el por qué de este fracaso. Si el Mercosur nació como un proyecto comercial y la Comunidad Andina tuvo objetivos más profundos –de hecho, ha avanzado mucho en aspectos que van más allá de lo económico y el comercio-, la Alianza del Pacífico, uno de los últimos movimientos integracionistas, tiene un evidente sentido comercial e ideológico. Y si hablamos de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), ésta solo fue un bloque eminentemente ideológico. En pocas palabras, en Sudamérica existe una fragmentación regional que desde ciertas perspectivas puede tener sentido, pero que, en los tiempos actuales, carece de toda lógica. Lo esperable (y deseable) es que estos mecanismos de integración desaparecieran o que al menos existieran en paralelo (y subordinados) a uno mayor que aglutinara a los 12 Estados sudamericanos. Y esto último es lo que, en teoría, debía hacer la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la cual no ha traído grandes avances en el proceso de integración regional y ha sido apuntada por su carácter ideológico. El fracaso de la Unasur se puede explicar por el hecho que se repiten las grandes fallas, es decir, que en el contexto sudamericano han imperado las disputas ideológicas y las visiones opuestas respecto del modelo económico-comercial y social que se quiere establecer en la región.
Los gobiernos de cada país se han preocupado de imponer sus propias agendas y sus particulares paradigmas más que de buscar y desarrollar una política común sudamericana de cara al progreso de Sudamérica y a los nexos con los demás Estados y regiones del mundo. Han mostrado una preocupante incapacidad de comprender que Sudamérica debe insertarse en el escenario mundial actual y que para eso no basta con iniciativas individuales o de uno, dos o tres países. ¿Qué se busca en la relación con grandes potencias como Estados Unidos, la Unión Europea, China, Rusia, Canadá o Japón?, ¿cuál es el real interés en temas como la Cooperación Sur-Sur y la integración con otras zonas que históricamente han estado lejos de los centros de poder?, ¿qué rol pretende tener Sudamérica en el contexto internacional?
En la medida que Sudamérica no entienda que una voz común le permitirá generar mejores proyectos regionales y avanzar en pos del desarrollo político, económico, cultural y social, entonces la fragmentación seguirá siendo la tónica. Y esto último es lo que mantendrá el actual esquema, es decir, cada Estado negocia según sus propios intereses en sus relaciones con las grandes potencias y con otras regiones del mundo. Así, Chile seguirá mirando al Pacífico, Brasil mantendrá su profundización con África y Bolivia y Venezuela continuarán con su desgastado discurso bolivariano.
Tal cual planteaba el tanzano Julius Nyerere, hace 50 años, la fragmentación es uno de los grandes obstáculos para el progreso de un continente. Es momento, entonces, que los pueblos y gobiernos sudamericanos comprendan que Unasur (o como quieran llamarlo ahora) es el único camino hacia el progreso de Sudamérica. Dicen que la unión hace la fuerza y ese es el gran reto de los Estados sudamericanos. Unirse para ser más potentes y, entonces, tener más relevancia en el contexto mundial y generar sólidas bases para un progreso económico, político y social en la región.