Nacido en el sector oriental del delta del Nilo, Mohamed Morsi Isa Al-Ayyat se convirtió en unos de los símbolos de la Hermandad Musulmana de Egipto y, al convertirse en el primer (y, hasta ahora, único)] historia del Egipto moderno. Su historia estuvo llena de dulce y agraz, pero, quizás, se le recordará por haber liderado una etapa que pareció un espejismo más que un período concreto de nuevos tiempos.
Raimundo Gregoire Delaunoy | 17 de junio de 2019
Mohamed Morsi estudió ingeniería en la Universidad de El Cairo y siempre destacó por sus buenos resultados universitarios. Tras terminar sus estudios de ingeniería, en 1975, tres años más tarde obtuvo el grado de magíster en ingeniería metalúrgica. En 1978, optó por viajar a Estados Unidos y ahí continuó con su profundización, alcanzando, en 1982, un doctorado en ingeniería en la Universidad de Carolina del Sur. Luego de realizar clases en esta última casa de estudios, Morsi regresó a Egipto, donde también desarrolló trabajo docente. En eso estuvo hasta 2010, aunque, desde mucho antes, también empezó a convertirse en un importante actor político de la era de Hosni Mubarak.
Claro, pues fue parte de la oposición y uno de los hitos de su ascendente carrera política llegó en 2000, cuando, siendo un candidato independiente, logró ingresar al Parlamento egipcio. Su agrupación, la Hermandad Musulmana, estaba prohibida durante el mandato de Mubarak, asi que su figura siempre estuvo ligada al movimiento islamista. Sin embargo, en 2005 le tocaría caer, ya que Mubarak organizó un fraude electoral para así disminuir el peso ganado por la Hermandad Musulmana, la cual, entre las sombras y con candidaturas “independientes”, seguía avanzando en el poder legislativo de Egipto. Para peor, en 2006 sería encarcelado durante siete meses y cinco años más tarde correría la misma suerte. Finalmente, con el fin de la era Mubarak, no solo recuperó su libertad personal, sino que también entró con gran poder a la arena política egipcia.
Así, a pesar que la Hermandad Musulmana afirmó que no tenía intenciones de tener un candidato a la presidencia, en julio de 2012, con cerca del 52% de los votos, Mohamed Morsi se convirtió en el primer presidente de Egipto elegido por votación democrática. Se generó, en medio de un proceso de cambios político-sociales que afectó a muchos países del mundo árabe, la esperanza de ver algo diferente. Si Nasser y Anwar el Sadat habían representado al sueño del socialismo panarabista y la apertura hacia Occidente y el capitalismo, respectivamente,, Morsi parecía ser el encargado de generar un sistema democrático y alejado de los cuarteles. De hecho, su popularidad era muy alta y normalmente estuvo sobre el 50%. Empero, su mandato tenía fecha de inicio y vencimiento, pues el poder seguía estando en las mismas manos de siempre. Y aunque intentó cambiar esto, lo cual le significó tener aciertos, pero también grandes errores –como haberse entregado, en noviembre de 2012, poderes totales, reviviendo el miedo de las dictaduras y, peor aún, una de tipo islamista-, su caída fue cosa de tiempo.
Aunque el PIB de Egipto tuvo un leve crecimiento (pasó de 1,8% a 2,2%), la incapacidad de frenar los precios del gas y de la alimentación le pasó la cuenta. Además, sus polémicas medidas, la inestabilidad político-social del país y el abierto quiebre con parte de la izquierda y grupos pro-Mubarak, le dieron aún más fuerza a la oposición que empezó a construirse en torno a él. Junto a lo anterior, los indicios de una islamización de la sociedad o, si se prefiere, de una “islamización conservadora”, no ayudaron a que lograse salir a flote. Así, tras fuertes protestas en la histórica Plaza Tahrir y con un ultimátum de los militares, Morsi sufrió un golpe de estado, el 3 de julio de 2013, y debió resignarse a poner fin a la era de la Hermandad Musulmana en la presidencia egipcia. Como en una película, el sueño de desvaneció y todo el mundo fue testigo de una metamorfosis que nunca fue tal. Todo cambió, pero para que nada se modificara. En un abrir y cerrar de ojos, Mohamed Morsi estaba detenido, condenado y acusado, entre otras cosas, de realizar espionaje a favor de Qatar o de matar protestantes. Incluso, se le condenó a muerte y pasó sus últimos seis años privado de libertad, mientras que Hosni Mubarak era liberado en 2017.
Al momento de su muerte, la cual aún no ha sido clarificada, Morsi se encontraba, para variar, en un tribunal. Durante años estuvo enfermo y la gravedad de sus males minaron su salud, la cual nunca recibió, según consigna Human Rights Watch, los mínimos y más básicos cuidados. Murió en vida y, con eso, aumentó la histórica consigna épica de la Hermandad Musulmana. Sin pensarlo, y a pesar de realizar un mal gobierno y no entender el juego político, ni los ritmos del nuevo proceso egipcio, entró a la historia de su agrupación como un mártir. Como uno de los tantos mártires de la Plaza Tahrir.