El reciente fin de semana ocurrió algo que llamó la atención, desde el punto de vista diplomático, pero que, finalmente, no puede ser considerado como una situación inesperada y aislada. La nueva polémica (una más) entre un estado de la Unión Europea (en este caso, Países Bajos) y Turquía ya no sorprende y, peor aún, parece ser algo sumamente lógico.
Raimundo Gregoire Delaunoy | 14 de marzo de 2017
La historia ya es conocida, pero vale la pena realizar un breve resumen. El ministro de Asuntos Exteriores de Turquía quiso participar en una actividad, a realizarse en Países Bajos, cuyo objetivo era informar a la comunidad turca –se estima en 500.000 la cantidad de ciudadanos turcos viviendo en territorio holandés- sobre el próximo referéndum que tendrá lugar en Turquía y que, como ya se sabe, definirá si se le entrega más poder a la figura del presidente. Esto último, es algo bastante relevante tomando en cuenta el proceso de “eternización” o “entronización” que está llevando a cabo Recep Tayyip Erdogan, actual mandatario de Turquía.
El problema es que las autoridades neerlandesas le negaron el ingreso al país al mencionado ministro. Ahí comenzó todo, pues el representante del gobierno turco no opuso mayor resistencia, pero se fue rumbo a Francia. Ahí, sí fue recibido y, de hecho, aprovechó para mandarle algunos mensajes a la administración de Países Bajos.
El asunto no se terminó ahí, ya que, algunas horas después, la ministra de Familia también sufrió con el trato dado por las autoridades neerlandesas. La mencionada representante del gobierno turco quiso entrar al consulado de Turquía en Rotterdam, pero se le impidió aquello y, posteriormente, fue llevada hacia el aeropuerto –acompañada por policías- y, una vez ahí, fue deportada (y declarada persona non grata) hacia Alemania, país del cual provenía.
Acto seguido, la “polémica” comenzó a subir de tono, pasando a convertirse en un grave incidente diplomático y político. Por un lado, el gobierno de Países Bajos expresaba su derecho a decidir quién entra a su territorio, mientras que, por el otro, la administración de Turquía consideraba que se habían violado principios relativos a los protocolos y a los derechos de los diplomáticos. Por ejemplo, respecto al uso del pasaporte diplomático. En medio de esto, aparecieron protestas en Países Bajos y Turquía, todas realizadas por turcos. Así, Países Bajos cerró su embajada y su consulado en Estambul, en tanto que un turco logró ingresar al consulado holandés, para luego sacar la bandera neerlandesa y poner, en su lugar, la de Turquía. En paralelo, el gobierno de Turquía le pedía el embajador de Países Bajos que “alargara sus vacaciones”, pues no sería recibido de regreso.
Ahora, dejemos a un lado el relato cronológico de los hechos y vayamos hacia los asuntos centrales. Primero, y más allá de si la administración neerlandesa tiene razón o no en la base de sus actuaciones, lo hecho con los ministros turcos fue un terrible error o, si se prefiere, un horror diplomático. ¿Qué costaba negociar y ver la posibilidad de anular (por medio de una vía pacífica) o posponer las actividades?, ¿era muy difícil dejarlos entrar y, luego, conversar para expresarles que no estaban de acuerdo con lo que ellos querían hacer en territorio holandés?, ¿acaso no pensaron que tirarle policías o negarle el ingreso a representantes de un gobierno traería consecuencias? Y, peor aún, ¿no entienden el contexto actual, en el cual Europa se enfrenta a serios problemas como la inmigración y el terrorismo, además de la creciente islamofobia? Así, por donde se le mire, el procedimiento de las autoridades neerlandesas estuvo lejos de ser algo correcto.
Segundo, la reacción del gobierno de Turquía o, más bien, de algunos de sus representantes pareció una rabieta de un niño y no la de un adulto que, en teoría, sabe que en el mundo de la diplomacia hay que cuidar la forma de expresarse. Entendiendo que recibieron un trato denigrante, hablar de una “Países Bajos nazi”, de “fascismo” o decir que “habrá serias repercusiones, incluso si se disculpan” no fue más que echarle más bencina al fuego.
Tercero, y esto es algo que no puede negarse –por más que algunos políticos europeos digan lo contrario-, la postura ambigua y cambiante de la Unión Europea (UE) respecto al proceso de adhesión de Turquía a la UE ha sido un elemente clave al momento de analizar el por qué de las fricciones que se vienen desarrollando, hace años, entre ambas partes. En este sentido, cabe consignar que la UE estableció, en 2004, que Turquía cumplía con todos los criterios políticos de Copenhague y, posteriormente, en 2005, dio inicio a las negociaciones para la adhesión.
Sin embargo, declaraciones como aquellas de Nicolas Sarkozy, realizadas en 2006, (“debemos decidir quién es europeo y quién no. No podemos dejar abierta esta cuestión”) comenzaron a mermar el proceso de adhesión. Así, diversos gobiernos europeos comenzaron a mostrar posturas poco claras en relación a Turquía y esto, obviamente, fue mermando la confianza del gobierno de Turquía respecto a los estados miembros de la Unión Europea. Eso sí, también es necesario decir que, en paralelo a esto, Turquía cometió errores, como su postura frente a la cuestión chipriota y la demora en ciertos aspectos claves que era necesario mejorar para así fortalecer el proceso de adhesión.
Cuarto, no es una mera casualidad que las últimas polémicas de Turquía hayan sido con países que, históricamente, han tenido altos grados de rechazo frente al ingreso de Turquía en la Unión Europea. Dentro de dichos estados se encuentran, justamente, Países Bajos, Austria y Alemania, con quienes ha habido choques durante marzo.
Quinto, la polémica con Turquía ha demostrado, una vez más, que existen serias grietas en el interior de la Unión Europea. En forma más directa y fácil, se evidencia, nuevamente, que hay muchas divisiones al interior de la UE. El hecho que Países Bajos expulsara a un ministro, pero que Francia lo dejara entrar es una prueba de ello, algo que, además, generó discusiones en la política interna gala. Así, es momento que la UE defina, de una buena vez, qué hará con Turquía, aunque todo indica que el proceso de adhesión de Turquía parece estar más cerca del fracaso que de una etapa de renacimiento. Esto último, pues el letargo del mismo ha significado que aumenten los porcentajes de rechazo (de la población europea) en relación al ingreso de Turquía y que, en paralelo, se incremente la indiferencia y la oposición (de la población turca) al “sueño europeo”. Por ejemplo, ante la pregunta de si el ingreso de Turquía era algo positivo (para la población turca), la respuesta “sí” fue cayendo progresivamente. Si en 2004 un 73% aprobaba eso, en 2006 ya bajaba al 54%, mientras que en 2016 la caída era total y mostraba un 28% de apoyo. Junto a eso, un 46% considera (en 2016) que entrar a la UE no sería un beneficio. Al mismo tiempo, aumenta la valoración negativa en el tema del ingreso de nuevos miembros a la UE. Así, en Austria -según cifras del año pasado-, un 71% considera que no es bueno seguir alargando la UE, en tanto que los números en Alemania y Países Bajos llegan a un 68% y 64%, respectivamente.
Sexto y último, se puede concluir que lo acontecido entre Países Bajos y Turquía (confiando en que no pase a mayores y no se convierta en un problema entre la UE y Turquía) es la natural consecuencia de un proceso que ha variado demasiado con el paso de los años. Y no solo se trata de los elementos mencionados previamente, sino que también por el hecho que los contextos globales y regionales han variado mucho. Además, la “negligencia diplomática” se ha mantenido durante varios años y eso ha llevado, como era esperable, a permanentes roces, choques o conflictos. Y si a esto agregamos fenómenos del último tiempo (una cada vez más fuerte islamofobia, la “islamización” de Turquía, el drama de la inmigración, la presencia del Estado Islámico y la existencia de guerras en países como Libia y Siria), las proyecciones sobre la relación entre la UE y Turquía no pueden ser positivas. Por eso, es momento para que ambas partes reflexionen y entiendan que deben adaptarse a las nuevas condiciones, aunque, quizás, aquello no ocurrirá.
El distanciamiento ha aumentado y las diferencias se han convertido en protagonistas. Y el ambiente político-social está cada vez más revuelto.
Raimundo Gregoire Delaunoy
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