Tras la creación, en 1951, de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA) y luego de los consiguientes tratados que dieron origen a la Comunidad Económica Europea (CEE), en 1957, y la Comunidad Europea (CE), en 1986, todo este proceso de integración del Viejo Continente llegó a su punto culmine con el Tratado de Maastricht, firmando en 1992 y que dio origen a lo que actualmente se conoce como Unión Europea (UE). Un bloque original de seis estados terminó ampliándose a 27, con lo cual se generó una Europa pacífica, democrática y solidaria entre sí. Sin embargo, lo que parecía ser un cuento de hadas ha dado muestras de importantes fisuras y, lo más preocupante, ha entregado señales contradictorias respecto a la anhelada y destacada fraternidad europea.
La actual expulsión de gitanos desde Francia, medida adoptada por el presidente francés, Nicolas Sarkozy, y la anterior, hecha por el gobierno de Silvio Berlusconi, en 2008, son una clara muestra de los nuevos tiempos de la Unión Europea.
La situación es peor aún si se consigna, tal cual asegura Robert Kushen, director ejecutivo del European Roma Rights Center, que Alemania, Dinamarca y Suecia también están llevando a cabo la xenófoba e inhumana acción del retorno obligado de miles de romaníes.
Esta tendencia quizás sea el mejor ejemplo, lamentablemente, de lo que podría llamarse el desmembramiento de los valores de igualdad, apertura, tolerancia y sana convivencia al interior de la Europa integrada.
Al respecto, cabe consignar que desde la parte legal no se están pasando a llevar preceptos, pues los ciudadanos rumanos y búlgaros no gozan de libertad de movimiento pleno, al menos hasta 2013. Esto es algo que se acordó al momento que Bulgaria y Rumania ingresaron a la Unión Europea y es una postura que comparten Alemania, Austria, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo, Malta, y el Reino Unido.
Sin embargo, la gran pregunta es cómo puede haber una contradicción tan grande en el bloque de integración europeo, que, por un lado, promueve la fraternidad y la solidaridad, pero, por el otro, no tiene problemas en expulsar a ciudadanos europeos, pues los gitanos rumanos y búlgaros son, guste o no, parte de la población del Viejo Continente. Que tengan libertad para moverse por Europa durante tres meses, pero que en caso de no obtener un trabajo sean devueltos a sus países no sólo es algo incoherente –según los valores esenciales de la UE- sino que se convierte en una desgraciada política poco humanitaria, injusta y, por sobre todo, racista.
Por eso, no extraña que al interior del gobierno francés ya haya serias disputas por esta medida, que a algunos ministros ha causado gran desagrado. Lo mismo para la Iglesia Católica y diversas asociaciones gitanas. Mientras, la Unión Europea, con demasiada lentitud y parsimonia, ha decidido que Francia explique esta iniciativa, para ver si se toman medidas. La interrogante es, ¿se atreverá el bloque europeo a sancionar a uno de los pilares de esta unión?
La desunión en otros ámbitos
Lamentablemente, la (des)Unión Europea se puede apreciar, y con aún mayor claridad, en otros aspectos de gran relevancia. El primer tema tiene relación con los evidentes conflictos internos y con las fuertes diferencias de opinión de los estados miembros ante importantes asuntos comunitarios. El fracaso de la Constitución, con los emblemáticos “No” de Francia y Holanda, en 2005, fue un duro golpe para el conglomerado europeo, pero, por si eso fuera poco, el Tratado de Lisboa, finalmente firmado en 2009, pasó por diversas zozobras. Mientras República Checa y Polonia hicieron ruido y generaron angustia ante un posible rechazo o aceptación mediante concesiones, en Irlanda la situación fue bastante más clara y los irlandeses, en junio de 2008, le dijeron “No” a este documento, que buscaba reemplazar a la fallida Constitución. El cambio de algunas normas que disgustaban, un fuerte lobby europeo y una gran campaña del gobierno irlandés finalmente lograron que en octubre de 2009 Irlanda diera el ansiado “Sí”. La Unión Europea volvía a respirar.
Pero eso no es todo, pues en Reino Unido –país que no ha querido cambiar su moneda por el euro, en otra señal a tomar en cuenta- cada cierto tiempo aparece el rumor de un referéndum para ver si el país se mantiene en la Unión Europea.
Respecto a los asuntos políticos exteriores de la UE, el tema de la adhesión de Turquía al bloque de integración quizás sea el gran dolor de cabeza respecto a las ampliaciones (asunto que por las circunstancias actuales ya es problemático). Por cerca de medio siglo, Turquía y Europa han firmado diversos acuerdos, de toda índole, pero quizás el momento más relevante fue en diciembre de 2004, cuando el Consejo Europeo concluyó que Turquía cumplía con satisfacción los criterios políticos de Copenhague y, consecuencialmente, sugería el comienzo de las negociaciones de adhesión, las cuales se iniciaron, oficialmente en octubre de 2005.
A partir de entonces, Turquía pasó a ser motivo de conflictos al interior de la Unión Europea, especialmente luego que Nicolas Sarkozy y Angela Merkel llegasen a la presidencia de Francia y Alemania, respectivamente. Mientras Sarkozy y Merkel –apoyados por –Austria, Bélgica y Holanda- han sido enfáticos respecto a que Turquía no puede ser parte de la Unión Europea, otros países como España, Italia, Portugal y Reino Unido aseguran que los turcos tienen un espacio en la Unión Europea y que sería una deshonra para Europa no cumplir la palabra.
Esta serie de disputas internas ha tenido como principal consecuencia que las posiciones de la UE y Turquía se han polarizado. Según un estudio del German Marshall Fund, realizado en 2009, sólo el 19% de los europeos consideraba como “positivo” el ingreso de Turquía a la Unión Europea, mientras que los turcos también variaron sus posturas. Si en 2004 un 73% creía que la adhesión a la UE era “buena”, en 2009 apenas un 48% mantenía esa postura.
La situación de las ampliaciones podría ser aún más compleja si Croacia e Islanda consiguen su ingreso definitivo, ya que el gobierno turco comienza a perder la paciencia y últimamente ha dicho, con claridad que “si no nos quieren en Europa, estaremos felices con nuestros amigos musulmanes”, haciendo énfasis en los cada vez mayor acuerdos e intercambios con países de Asia Central.
Otros asuntos de relevancia son la inmigración y el racismo. Al respecto, la creación, en octubre de 2009, de un marco legal común a la política migratoria de la Unión Europea causó división. La dureza de las nuevas normas provocó gran rechazo en partidos de izquierda europeos y muchos gobiernos tampoco estuvieron muy de acuerdo. Por ejemplo, Dinamarca no quiso sumarse a esta iniciativa.
Justamente, esta normativa, según muchos, está orientada a ordenar el asunto migratorio, lo cual es cierto y, además, muy necesario, pero no deja de ser posible que detrás de esto haya una matriz xenófoba. Dicha teoría se confirma con lo que ocurre con los gitanos, con africanos y latinoamericanos. El concepto “Eurabia”, el interminable conflicto del velo y la segregación social de “hijos de inmigrantes” siguen siendo una piedra de tope para la Unión Europea.
Por último, el asunto de Kosovo –con 31 estados europeos reconociendo su independencia-, la falta de una voz clara respecto al mundo árabe-musulmán y la apatía de algunos sobre el “Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo” han mostrado otros ejemplos de división.
Es por eso que los ciudadanos europeos comienzan a dudar sobre este bloque de integración que los aunaba bajo ciertos preceptos bastante nobles, pero que hoy no han traído consigo buenas consecuencias, ni más fraternidad.
Por último, según el Eurobarómetro 73, publicado en agosto reciente, un 49% cree que es “positivo” estar en la UE, pero hace tres años era un 58%. Un 53% cree que su país se ha beneficiado por el ingreso a este bloque, pero en 2007 era un 59%. Las cifras no mienten y los hechos tampoco.
La Unión Europea enfrenta una fase clave y sin saber hacia dónde va el buque.
Raimundo Gregoire Delaunoy
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@Ratopado