Tras el atentado llevado a cabo por el Frente de Liberación del Estado de Cabinda (FLEC), en el cual murieron al menos dos personas, la selección de Togo finalmente no pudo participar en la Copa Africana de Naciones 2010, organizada por Angola y que se esperaba pudiese ser una nueva fiesta para África. Lamentablemente, la violencia vuelve a imponer sus términos en un país azotado por rebeliones, guerras civiles y el terror, aunque también queda la impresión que se cometieron graves errores administrativos. El último de ellos, haber materializado la descalificación del equipo togolés de la principal competencia del fútbol africano
Está claro que la masa prejuiciosa e ignorante ha utilizado este terrible hecho para seguir satanizando a África y sus habitantes. Por eso, no extraña ver a comunicadores de influencia declarando que esto es una lección y un aviso para los organizadores del Mundial de Sudáfrica 2010. Dicen, ellos, que este tipo de ataques podrían poner en duda la correcta realización de la copa mundial de fútbol y que, en el peor de los casos, podrían repetirse en suelo sudafricano.
Nada más subjetivo e irresponsable que este tipo de comentarios. Tal cual lo sería soslayar la gran cantidad de problemas político-sociales existentes en Angola y en muchos otros países africanos. Es por eso que molesta ver tanta ligereza a la hora de transmitir información y opinión acerca del hecho puntual.
Angola no es Sudáfrica. Y si se revierte la frase, ocurre lo mismo, es decir, Sudáfrica no es Angola. Los conflictos de un lado no son los del otro, ni tampoco los del continente.
Es así que la gran preocupación de cara al Mundial de Sudáfrica 2010 debe ser el alto índice de criminalidad en muchas ciudades sudafricanas, pero no la posible presencia de grupos armados y aún menos de células terroristas. Obviamente, nadie tiene la bola de cristal y por eso no se puede asegurar que lo mencionado anteriormente no ocurra, pero un breve análisis y estudio del contexto permite establecer que aquello sería una sorpresa. Y bien desagradable.
De momento, lo concreto es que la actual versión de la Copa Africana de Naciones comenzó el domingo 10 de enero, tal cual se había previsto y apenas dos días después del trágico hecho que enlutó a toda África y, por qué no, al mundo. Angola y Malí dieron un tremendo espectáculo en la cancha, pero aquello no impidió que las sombras del ataque acontecido el viernes siguiesen avanzando y dejando una estela de reflexiones.
Lo primero, y casi lógico, es preguntarse por qué se optó por elegir a Cabinda como una de las sedes de este gran evento del fútbol africano. Algunos van más allá e incluso cuestionan que un país como Angola recibiese la oportunidad de organizar un torneo como este, sabiendo que recién hace pocos años ha comenzado el proceso de reconciliación nacional, luego de 27 años de guerra civil, cuyo fin llegó en 2002.
De todas formas, la decisión de haber escogido a Angola como anfitrión no puede ser considerada errónea, mas sí se debe cuestionar el hecho de incluir a Cabinda como una de las sedes del torneo. Más allá de la existencia del FLEC, con sólo leer un poco de historia y actualidad quedaba de manifiesto la actual realidad de dicho región, es decir, conflicto, inestabilidad y patente riesgo. Por eso, haber optado por Cabinda fue un error del gobierno de Angola y de la Federación Angolesa de Fútbol (Federaçao Angolana de Futebol), quienes fueron los responsables de la elección de las ciudades en las cuales se disputaría el campeonato.
La Confederación Africana de Fútbol (CAF) también debe realizar un mea culpa, pues si bien ellos no tienen a su cargo la organización del evento, si tienen algo que decir. Claro, pues como el principal organismo del fútbol africana tienen que fiscalizar de mejor forma, especialmente en este tipo de torneos internacionales, en los cuales, lamentablemente, muchas veces se mezclan política y deporte. La CAF pudo (y debió) impugnar el nombramiento de Cabinda como sede de la Copa Africana de Naciones. Tan sólo una pequeña presión habría significado, casi con seguridad, el cambio de Cabinda por otra localidad.
Por último, la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) debió tener un rol más activo e involucrarse en este asunto. Así como ha mostrado una gran preocupación por el Mundial de Sudáfrica 2010, lo mismo debió haber hecho con este evento. Económicamente no será lo mismo que la Copa Europea o la Copa América, pero deportivamente es un gran certamen. Sólo por dar algunos nombres, Didier Drogba, Sulley Ali Muntari, Michael Essien, Seydou Keita y Samuel Eto’o están compitiendo en este evento. Se trata, no cabe duda, de figurar de nivel mundial y por algo juegan en los principales equipos europeos como Chelsea, Inter de Milán y Barcelona, por ejemplo.
Sin embargo, dejando a un lado el tema de la polémica decisión sobre Cabinda, el punto de reflexión tiene que ver con la reacción de todos los entes involucrados, luego del atentado del pasado viernes 8 de enero.
Da la impresión que cada cual veló impuso sus términos sin escuchar la voz de la delegación de Togo. Es así que los protagonistas pasaron a ser meros comparsas y su voz no fue extinguida, sino que ignorada del todo.
La FIFA sólo comentó que lamentaba el asunto y que en Sudáfrica no ocurriría algo así. La CAF expresó sus condolencia y llevó a cabo un minuto de silencio, pero, acto seguido, confirmó la realización del torneo. El gobierno de Angola y la FAF apenas se pronunciaron, sin asumir responsabilidades y bajándole el perfil a toda esta macabra situación.
Mientras, los jugadores togoleses decidían seguir en competencia, más allá que en un comienzo habían dicho que volverían a su país. Con el paso de las horas tomaron la decisión de competir y así honrar a los muertos. Sin embargo, la réplica llegó de inmediato, pues el gobierno de Togo “sugirió” que la delegación togolesa retornara lo antes posible y no participara en la Copa Africana de Naciones.
Finalmente, los futbolistas togoleses no tuvieron más que obedecer a las órdenes de su presidente y emprendieron vuelo, cual gavilanes que son, hacia su tierra. La consecuencia inmediata fue la descalificación oficial por parte de la organización del campeonato.
Es así que aparecen preguntas. ¿Por qué no se optó por suspender el evento?, ¿acaso no habría sido mejor cambiar el orden de los partidos y así buscar una solución que dejara a todos contentos?, ¿se puede justificar la intervención política de un gobierno en un certamen deportivo?
Por eso, la conclusión final no puede ser más que una sola. Nadie escuchó la voz de los únicos y sufridos protagonistas, es decir, los integrantes de la delegación de Togo. Ellos querían seguir, pero no pudieron hacerlo. Que los obligaron, que no les diferon facilidades, que el poder del dinero nuevamente pesó, etc. Da lo mismo, lo único concreto es que el grito de los atacados no fue tomando en cuenta.
Y así, brota la gran interrogante. Togo, ¿descalificado?, ¿salvado? ¿o simplemente abandonado?
Raimundo Gregoire Delaunoy
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@Ratopado