El controvertido presidente de la República Islámica de Irán ha dado inicio a una nueva gira, en la cual ha incluido dos países africanos (Gambia y Senegal) y tres sudamericanos (Bolivia, Brasil y Venezuela). Sin embargo, la gran relevancia de este viaje es lo que pudo concretar el mandatario iraní en tierras brasileñas, ya que es ahí donde la principal autoridad política de Irán busca afianzar lazos estratégicos.
No es una gran novedad ver a Mahmoud Ahmadinejad en Bolivia, pues ya estuvo ahí en 2007. Tampoco es verlo de la mano con Luiz Inácio Lula Da Silva, ya que en dos oportunidades previas se habían reunido, aunque nunca en Brasil. Y aún menos sorpresa causa el paso de Ahmadinejad por Venezuela, país en el cual se reunirá con uno de sus grandes aliados, Hugo Chávez.
La actual visita del mandatario iraní por Sudamérica corresponde a un proceso iniciado hace unos años y, específicamente, desde que la principal autoridad política de Irán asumiera la presidencia en 2005.
Resumir en unas líneas lo que ha sido el mandato de Mahmoud Ahmadinejad parece imposible, pero sí se puede decir que su política exterior ha estado dominada por las constantes tensiones con la Unión Europea y Estados Unidos, los grandes referentes de occidente. También, ha tenido una nefasta relación con Israel, ya que el presidente iraní ha llegado a negar el holocausto. Esto último es algo que le ha traído problemas con el mundo árabe, pues no todos aquellos estados comparten su particular visión acerca de la matanza de judíos ocurrida durante la época del nazismo.
Tampoco goza de buenas relaciones con Iraq, pues las viejas rencillas por la guerra de los años ochenta (1980-1988) y las diferencias ideológicas han impedido un mayor acercamiento entre dos naciones que debiesen tener un rol más conciliador, no sólo entre ellas, sino que también en toda la región colindante. Respecto a los países del Golfo Pérsico (o Arábigo, según los árabes), el actual gobierno iraní ha tenido conflictos con Bahrein y Emiratos Árabes Unidos, por dar dos ejemplos, y, más allá de estos hechos puntuales, lo concreto es que las relaciones árabe-iraníes sin ser malas están lejos de ser buenas. Que Marruecos decidiese alejarse, diplomáticamente, de Irán es una demostración que las sospechas de una “exportación del chiismo” afectan las relaciones exteriores iraníes.
También es necesario mencionar que la política exterior iraní ha buscado nuevos socios en Asia Central y así es que ha afianzado sus lazos con Tayikistán y Afganistán. En paralelo, goza de cierto apoyo por parte de dos gigantes como Rusia y, en menor medida, China, dos naciones que generan una permanente molestia, en las potenciales occidentales, respecto al asunto del plan nuclear iraní, ya que ellos no han sido tan duros con Irán en comparación a las posturas de la Unión Europea y Estados Unidos.
En este contexto, queda claro que el gobierno de Mahmoud Ahmadinejad ha encontrado diversos obstáculos en pos de su objetivo final -sea este la energía nuclear o la bomba atómica- pero, al mismo tiempo, siempre ha logrado establecer relaciones amistosas con importantes o estratégicos países.
Por eso, no debiese extrañar que el mandatario iraní siga afianzando su influencia en Sudamérica, pues Ahmadinejad ha entendido que en esta región puede encontrar “amigos”. De hecho, ya cuenta con el beneplácito de Hugo Chávez y Evo Morales, pero estas alianzas hasta hace unos días no pasaban de ser un compromiso entre un país poderoso (Irán) y dos estados sin gran influencia en el contexto mundial.
Sin embargo, dicha realidad cambió drásticamente con la visita del presidente Ahmadinejad a Brasil. Tras los encuentros con su homólogo Luiz Inácio Lula Da Silva, quedó en claro que ambos gobiernos sellaron un pacto de apoyo mutuo. Que la estatal brasileña Petrobras siga trabajando en territorio iraní, que se firmara un acuerdo comercial, que se suprimieran las visas para los diplomáticos de ambos países o que se estableciera un acuerdo de intercambio cultural no son más que medidas secundarias. Sí, porque lo relevante es el hecho que el gobierno de Brasil apoyará el plan iraní de energía nuclear pacífica, mientras que Irán se comprometió a darle apoyo a Lula Da Silva en su intención de ingresar como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Esto último sirve para que Mahmoud Ahmadinejad demuestre que cuenta con un apoyo real en Sudamérica. Ahora tendrá un socio de peso como Brasil, un estado que ha tomado la responsabilidad de establecerse como el gran referente de Latinoamérica y, desde esa posición, insertarse en la política mundial como un país de peso.
También, es la demostración de la ambiciosa apuesta brasileña. No es una mera coincidencia que el gobierno de Lula Da Silva esté involucrándose en el conflicto de Medio Oriente. Tampoco lo es que organice el Mundial de Fútbol del 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. No es casualidad que hace un tiempo Brasil decidiese devolver europeos a Europa, imitando las políticas migratorias del Viejo Continente. Y, menos aún, la activa diplomacia de los últimos años, la cual le ha permitido generar un foco de influencia en Centroamérica, Sudamérica y, en menor medida, África. Brasil quiere tener un rol hegemónico en la región y para eso necesita apoyo estratégico.
Sin embargo, este juego es arriesgado, pues el excesivo pragmatismo que ha establecido como base de sus relaciones exteriores le puede traer problemas. Quizás gane un importante socio como Irán, pero puede perder otros que siguen siendo demasiado relevantes como Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia, Japón, Sudáfrica, India y China.
Entonces, al gobierno brasileño no le queda otra que moverse sigilosamente y dejar contentos a todos. ¿Será posible aquello?, ¿cuántas problemáticas obvias tendrá que pasar por alto para conseguir más apoyo?, ¿hasta qué punto le aguantarán sus vecinos esta política algo maquiavélica?
Ya se verá.
Raimundo Gregoire Delaunoy
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