Magreb
Mauritania y la demostración de un fallido proceso democrático
En marzo de 2007,  la victoria de Sidi Ould Cheikh Abdallahi, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, ponía fin a décadas de gobiernos autoritarios y, al mismo tiempo, daba comienzo a una nueva etapa en la débil e incipiente institucionalización democrática de la República Islámica de Mauritania.  Lamentablemente, dos años y medio después […]

En marzo de 2007,  la victoria de Sidi Ould Cheikh Abdallahi, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, ponía fin a décadas de gobiernos autoritarios y, al mismo tiempo, daba comienzo a una nueva etapa en la débil e incipiente institucionalización democrática de la República Islámica de Mauritania.  Lamentablemente, dos años y medio después de aquel histórico hecho, todo quedó en nada y las esperanzas de un camino sin retorno hacia la estabilidad social, política y económica parecen estar perdidas.  Los golpistas se tomaron el poder y luego obtuvieron la victoria en los comicios presidenciales de julio pasado.  Ante esta situación, no queda otra que preguntarse qué es lo que falló en este proceso.

La respuesta puede parecer compleja, pero, finalmente, no lo es tanto.  Claro, todo dependerá del prisma con el cual se analice y observe el cúmulo de acontecimientos sucedidos en la realidad política y social mauritana durante los últimos años, pero se podría decir que hay dos grandes temas de gran peso a la hora de establecer ciertas conclusiones o de elaborar juicios categóricos.

Tratándose de un asunto netamente interno, la lógica obliga a pensar que todas las variables involucradas en este proceso político, social y económico –puede parecer reiterativo mencionarlo, pero esto no tiene que ver sólo con uno de los tres factores nombrados- deberían tener una matriz en el pueblo mauritano.  Sin embargo, los hechos demuestran que aquello no es así y, desafortunadamente, una serie de agentes externos han tenido y, casi son seguridad, tendrán un importante rol en la vida de la aún joven República Islámica de Mauritania.

Así las cosas, a la hora de intentar entender el fracaso del proceso de lenta democratización en Mauritania, aparecen dos grandes ejes.  Primero, la injerencia de las potencias extranjeras (principalmente, Estados Unidos y la Unión Europea) y del actual líder libio y presidente de la Unión Africana (UA), Muammar al Gadaffi.  Segundo, la historia y actualidad político-social de la República Islámica de Mauritania.

Los hechos ya son conocidos.  Desde las elecciones presidenciales de marzo de 2007, la política mauritana vivió momentos de zozobras, disputas y dudas.  Así fue que en mayo de 2008 renunció el primer ministro de Mauritania, Zeine Ould Zeidan, siendo reemplazado por Yahya Ould Ahmed El Waghf.  Pero este último tampoco duró mucho en el cargo, pues en julio del mismo año presentó su dimisión.  Este hecho se produjo ante una moción de censura en su contra y que había sido ideada por el Pacto Nacional por la Democracia y el Desarrollo (PNDD).  El motivo de esta acusación radicaba en la cada vez mayor pobreza del país, el estancamiento económico y la supuesta corrupción en ciertas cuentas del estado.  Sin embargo, el entonces presidente de Mauritania, Sidi Ould Cheikh Abdallahi, rechazó la renuncia de su primer ministro y éste fue reintegrado.

Así se llegó a agosto de 2008 y, específicamente, al día seis de aquel mes.  En aquella fecha, el coronel Mohammed Abdel Aziz lideró un golpe de estado militar, que abruptamente puso fin al gobierno democrático, legal y legítimo de Sidi Ould Cheikh Abdallahi.  El principal motivo fue la destitución de la plana mayor del Ejército, algo que causó gran molestia en Mohammed Ould Abdelaziz, jefe de la guardia presidencial.   A partir de entonces, la junta militar creó el Alto Consejo de Estado, el cual era liderado por Abdelaziz.  Unos días más tarde, Mulay Ould Mohammed Laghdaf sería nombrado primer ministro de la República Islámica de Mauritania.  Mientras, Sidi Ould Cheikh Abdallahi y Yahya Ould Ahmed El Waghf fueron aprisionados y se les impidió salir del país.

Ante esta situación, las reacciones de la “comunidad internacional” no se hicieron esperar.  La Unión Europea, Rusia, Estados Unidos, la Organización de Naciones Unidas, la Unión Africana y la Comunidad Económica de Estados de África Occidental expresaron el repudio ante los lamentables sucesos.  Más tarde, la Liga Árabe se sumaría a este mensaje.  Otros organismos, como la Organización de la Conferencia Islámica y la Unión del Magreb Árabe fueron más cautos y aunque declararon sentirse preocupados por la situación, no elaboraron grandes juicios al golpe de estado militar.

Y después de los hechos, ¿qué?

Lamentablemente, lo que parecía ser una gran condena a nivel mundial comenzó a desvanecerse con una tibieza que realmente asombra.  Así como los juicios fueron muy categóricos durante agosto y septiembre de 2008, con el tiempo se fue apagando la luz de aquellos mensajes.

Una demostración de esto último es el relativo aislamiento al cual fue sometida la junta militar.  Estados Unidos y la Unión Europea mantuvieron su amenaza de congelar las ayudas económicas, pero no adoptaron un rol tan preponderante como el que tuvieron en otros conflictos africanos como, por ejemplo, Sudán o República Democrática del Congo.  Peor aún, la República Islámica de Mauritania estuvo presente en una reunión del Foro 5+5 y el coronel Mohammed Abdelaziz recibió en su país a una serie de gobernantes extranjeros.  Y, por si esto fuera poco, China mantuvo un fuerte lazo económico-comercial con Mauritania, demostrando que sus intereses monetarios no tienen un colador a la hora de ser ejecutados.

En paralelo, ni la Organización de la Conferencia Islámica, ni la Liga Árabe y ni la Unión Africana fueron capaces de establecer sanciones ejemplificadoras.  Esto último demuestra que este tipo de organismos sirven para muchas cosas, pero escasamente cuando se trata de solución de conflictos armados.

Lo de la Unión Africana fue realmente decepcionante, ya que aparte de tener un rol bastante pasivo –en un primer momento se declaró en contra del golpe, pero luego dio pie para que esta situación se consolidara- demostró que el influjo de quien esté en la presidencia rotativa no es algo menor.  Esto último tiene que ver con la presencia de Muammar al Gaddafi, líder libio y coronel que lleva 40 años al poder en Libia.  No tiene sentido desviarse del tema, pero lo cierto es que Gaddafi fue, en su momento, un golpista y parece ser que aquella naturaleza le impidió ver con objetividad e imparcialidad el proceso de la República Islámica de Mauritania.  De otra forma, no se puede entender que haya dado apoyo implícito a Mohammed Abdelaziz y que, finalmente, sugiriera que el camino era reconocer a la junta militar y trabajar por nuevas elecciones.

Las elecciones, la participación de Abdelaziz y el comienzo de una nueva etapa

Tras una serie de cuestionamientos y falsas expectativas, el 23 de enero de 2009 se estableció que los nuevos comicios presidenciales serían el seis de junio y que en ellos podría participar el coronel golpista Abdelaziz.  Esto trajo el rechazo de una parte importante de la sociedad mauritana y, por supuesto, de la oposición, liderada por Messaoud Ould Boulkheir, representante de la Alianza Popular por el Progreso (APP).

Sin embargo, las protestas no lograron grandes cosas y el 15 de abril de 2009 Mohammed Abdelaziz renunciaba a su puesto de Jefe de la Junta Militar, para así poder inscribirse y participar en las vitales elecciones que darían el nombre del nuevo presidente de la República Islámica de Mauritania.

Pero apenas unos días de realizarse estos comicios la oposición y la Junta Militar llegarían a un acuerdo, según el cual se retrasarían las elecciones hasta el 18 de julio.  Durante ese período se crearía un gobierno de unidad nacional.

Así fue que el 18 de julio de 2009 se llevaron a cabo los comicios presidenciales, en los cuales participaron diez candidatos, aunque de ellos sólo tres contaban con opciones reales de convertirse en el nuevo mandatario mauritano.  Un día después de las elecciones, se entregaron los resultados, que no dejaron muy conformes a una parte de la “sociedad política” mauritana.  Claro, porque el coronel Mohammed Abdelaziz (apoyado por la Unión para la República) se impuso con el 52.58% de los votos, muy por delante del principal opositor Messaoud Ould Boulkheir (16.29%) y del histórico Ahmed Ould Daddah (13.66%).  Otros candidatos obtendrían menores porcentajes, pero se destaca la figura de Ely Ould Mohammed  Vall, desplazado al sexto lugar con apenas 3.81% de las preferencias.

Si bien en un comienzo hubo un intento de impugnación de las cifras oficiales, con el paso de los días los rivales fueron reconociendo la derrota y todas las dudas se disiparían luego que el Grupo de Contacto Internacional para Mauritania –integrado por la Unión Africana, la Liga Árabe, la ONU, la Unión Europea, la Organización de la Francofonía y los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU- declarara que las quejas recibidas no tenían argumentos válidos.  Además, una serie de otras tendencias observadas durante las votaciones llevaron a este grupo a concluir que no hubo fraude y que las elecciones fueron transparentes.

El 5 de agosto de 2009, Mohammed Abdelaziz juró como el nuevo presidente de la República Islámica de Mauritania, en una ceremonia a la cual asistieron mandatarios o representantes de influyentes países africanos como Marruecos y Senegal.

Algunas reflexiones

Conociendo los hechos, es necesario establecer algunos comentarios u observaciones finales, para así ir dejando en claro el por qué del fallido proceso democrático de la República Islámica de Mauritania.

Primero, la débil institucionalidad política mauritana no fue capaz de resistir ante el menor ataque, sea este de gran o baja intensidad.  En término médico-metafórico, el enfermo aún estaba convaleciente y, por lo mismo, era esperable que en los primeros pasos de este nuevo proceso hubiese recaídas.  Lamentablemente, esto es lo que pasó y esto último se relaciona con la segunda variable involucrada.

Claro, porque el segundo punto a tomar en cuenta es la eterna presencia de los militares en la vida política del país.  La militarización de la política y sociedad es uno de los males que aún padece Mauritania.  La pregunta es cómo eliminar esto.  Quizás lo mejor sea ir robusteciendo la democracia, es decir, ampliar el número de grupos políticos participantes.  En la medida que cada agrupación, por muy pequeña que sea, sienta que tiene herramientas de representación, entonces el accionar de los militares será cada vez más resistido y, en consecuencia, irá quitándole terreno al influjo militar.  Sin embargo, este proceso no es algo de meses, sino que de años y, tal vez, décadas.

Tercero, la crisis económica terminó por pasarle la cuenta al gobierno de Sidi Ould Cheikh Abdallahi, que a pesar de los esfuerzos (la economía mauritana estaba creciendo durante 2007 y 2008) no logró darle calma a sectores tan importantes como el agrícola y el pesquero.  Los acuerdos, en el área pesquera, parecían darle mayores beneficios a las empresas extranjeras más que a los pescadores mauritanos y eso es algo que debió preveer.

Cuarto, en las elecciones presidenciales de 2007, Abdallahi no había podido ser la primera preferencia en Nouakchott, capital del país.  Aquello que para muchos pudo ser una anécdota, nunca lo fue y eso quedó demostrado con la organización y las facilidades que tuvieron los golpistas, siempre con el apoyo de una importante parte de los habitantes de Nouakchott.  Faltó visión en este punto, pues se pudo haber tenido una mayor seguridad o, buscando otra fórmula, haber intentado darle alegrías a los ciudadanos de la capital.  ¿Populismo? No, el ideal habría sido generar medidas políticas y sociales claras, pero a favor de los habitantes de Nouakchott.

Quinto, las potencias tuvieron un rol bastante apagado en comparación a otros conflictos regionales existentes en África.  Esto se explicaría por la escasa importancia, al menos hasta hoy, que representa Mauritania en términos económicos y de recursos naturales.  No es lo mismo la República Democrática del Congo –donde abundan el oro, el coltán y otros materiales- o Sudán –el verdadero granero de África- que la República Islámica de Mauritania.  Ese parece ser el mensaje enviado por Estados Unidos y la Unión Europea, que tuvieron una tibia reacción ante los golpistas mauritanos.  Lo peor estuvo en manos de China, que nunca dejó de invertir en Mauritania.  Parece ser que da lo mismo quién y cómo gobierne.  Al menos para el gobierno.

Sexto, la Unión Europea demostró que su rol en África debe ser analizado, pues el doble stándard con el cual actuó en el caso de la República Islámica de Mauritania genera preocupación.  ¿Las democracias y los abusos en contra del pueblo son importante en Europa, pero no en Mauritania?, ¿las violaciones a la institucionalidad de un país no tienen relevancia en Mauritania, pero sí en Chad, Sudán o el Sahara Occidental?  Son preguntas que flotan y cuya respuesta es bastante confusa.  La Unión Europea debió tener un mayor rol y una respuesta bastante más dura contra los golpistas.

Séptimo, la Unión Africana no tiene el peso suficiente, ni a un líder (Muammar al Gaddafi) que pueda afrontar con la objetividad y el estricto apego a los valores democráticos que un organismo de integración debiese tener.  Si los conflictos en Somalía, Sudán y Zimbabwe habían sido un gran dolor de cabeza y una nueva demostración de la ineficacia de la Unión Africana, ¿qué se puede decir ahora?

Por último, ha quedado de manifiesto la escasa importancia que el mundo le entrega a un país como la República Islámica de Mauritania.  En los últimos meses se pueden encontrar diversos ejemplos de cómo los gobiernos y los medios tuvieron un papel preponderante a la hora de vivir ciertos problemas.  Por ejemplo, Irán, Abjazia y Honduras.  Sin embargo, parece ser que el pueblo mauritano no genera la misma empatía que lo que sí provocaron iraníes, abjazos y hondureños.

En fin, todas estas variables no hacen más que confirmar algo que parecía bastante predecible, es decir, un primer fracaso en el proceso de lenta democratización de la República Islámica de Mauritania.

Pero no hay que perder las esperanzas, pues esto recién comienza.  Vendrán más desafíos y nuevas oportunidades de consolidar este proceso.  El tiempo irá dando algunas claves, aunque otras ya están a la vista.

Es de esperar que los políticos sepan abrir las puertas correctas y que sepan cerrar las que sólo generan conflictos.

Y con un buen candado.

Raimundo Gregoire Delaunoy
raimundo.gregoire@periodismointernacional.cl
@Ratopado