Apenas conocidos los primeros resultados de la primera vuelta electoral, la inquietud se apoderó de la esfera política y social iraní. Claro, porque el actual presidente, el conservador Mahmoud Ahmadinejad, obtenía un aplastante triunfo sobre su principal rival, el «reformista» Mir Hossein Moussavi. En paralelo, diversos gobiernos daban cuenta de su postura ante los hechos y comenzaba el debate acerca de si realmente hubo un fraude electoral.
Ha pasado más de una semana y las protestas en las calles no sólo se mantienen, sino que adquieren cada vez más fuerza, al igual que la represión de las mismas por parte de las fuerzas policiales. Este dato no deja de ser algo accidental o meramente anecdótico y es una importante demostración del descontento existente en las calles de Teherán. De hecho, tras la revolución del Shá, en 1978, no se tenían recuerdos de manifestaciones tan potentes, inagotables y violentas como las que se están realizando en estos momentos.
Es así que lo acontecido el fin de semana pasado, en las elecciones presidenciales, deja espacio a muchas dudas.
Primero, porque se suponía que la disputa entre Ahmadinejad y Moussavi sería muy reñida y con un pequeño margen de diferencia. Tanto así, que se especulaba con una posible segunda vuelta electoral. Sin embargo, aquello no aconteció, pues según las cifras oficiales, el actual mandatario iraní obtuvo cerca del 63% de los votos, en tanto que su contendiente apenas sumó un 34% de las preferencias. Estos números, ciertamente, dan cabida a una serie de cavilaciones y reflexiones.
En un primer momento, se pudo pensar que se trataría de la espontánea respuesta de los electores que debían resignarse ante una clara derrota, pero que en vez de hacerlo, recurrían a la violencia. Se trata de un razonamiento bastante lógico, pero tras este pensamiento se esconde un motivo de peso. En países como Irán, donde existe represión, la gente no realiza maniobras tan arriesgadas, a menos que sea algo que sobrepase los límites de la paciencia o que tenga relación con aspectos elementales como los derechos humanos, las precarias condiciones de vida, las injusticias sociales, la falta de modernización y la imposición de paradigmas que no todos comparten, entre otros. Y no es que el gobierno iraní padezca todos estos males, pero sí presenta varios síntomas relativos a este tipo de “malas administraciones”.
El asunto es que la violenta respuesta del pueblo de Irán ha sido el espejo perfecto para externalizar una serie de situaciones que mantienen con inseguridad y disconformidad a la sociedad iraní. Y este punto va más allá de los problemas económicos a los cuales ha tenido que hacer frente Mahmoud Ahmadinejad (como la inflación, por dar un ejemplo) o de la eterna lucha del actual presidente iraní por llegar hasta el final con su plan de energía nuclear.
No queda duda que el estilo conservador y la rebeldía ante Occidente, algo propuesto por Ahmadinejad, le ha servido para generar muchos simpatizantes, pero, al mismo tiempo, ha captado firmes detractores. Dentro de este último grupo se encuentran muchas mujeres, cansadas de las estrictas leyes islámicas, pero también trabajadores que no ven una justa repartición de los ingresos obtenidos por los recursos naturales (especialmente gas y petróleo). A ellos se suman estudiantes universitarios, que parecen agotados de una sociedad y una política conservadora. Y, finalmente, desde el exilio, los miles de iraníes diseminados por el mundo. Desde Francia, Estados Unidos e Inglaterra, por dar tres ejemplos, llegaron las voces de alerta y reclamo ante los últimos comicios presidenciales.
Por eso, lo que está ocurriendo en las calles de Teherán debiese ser un llamado de atención para el gobierno de Mahmoud Ahmadinejad, quien debiese asumir que la situación es muy delicada y que en cualquier momento se le puede complicar aún más. Sí, porque las dudosas elecciones no sólo han sido impugnadas por el pueblo iraní, sino que también por importantes sectores o destacadas personalidades de Irán. Personajes como Shirin Ebadi –ganadora del Premio Nobel de la Paz-, algunos líderes religiosos menores y diversos activistas y políticos han demostrado la preocupación por lo que está aconteciendo. Incluso, se ha dicho (aunque no hay confirmación oficial) que Ali Larijani, presidente del Parlamento iraní, habría criticado y responsabilizado al primer ministro de Irán por la ola de protestas y violencia.
En paralelo, gobiernos de distintos países han llamado a la calma, mientras que otros, como Canadá y Francia, han ido más allá y han considerado como funesto y lamentable el accionar de Mahmoud Ahmadinejad y del líder espiritual, Ali Khamenei. Por contrapartida, China ha entregado un firme respaldo al ganador de las elecciones, cosa que también han realizado gobiernos de otros estados, como Venezuela y Cuba. Estados Unidos sólo se ha remitido a decir que “el mundo está viendo todo”, mientras que el Reino Unido e Israel han declarado que no se referirán mucho respecto a esta situación.
Y quizás en algo realmente importante, el Consejo de Guardianes declaró que podrían llevar a cabo un recuento aleatorio del 10% de los votos válidamente emitidos el fin de semana pasado. Esto último permite inferir que la posibilidad de un fraude electoral no es tan lejana, pues este organismo es uno de los de mayor influencia en la política iraní. Constituido por seis líderes religiosos e igual cantidad de juristas, uno de sus deberes es velar por el correcto funcionamiento de los procesos electorales y el hecho que asumir una revisión de los escrutinios está admitiendo, aunque sea en forma indirecta, que las sospechas no son un mero capricho. Alguien podrá decir que se trata de un tongo, ya que el Consejo de Guardianes es presidido por el ayatollah Ahmadjanati, que apoya al actual mandatario iraní, pero de todas formas es un antecedente al cual habrá que poner atención.
Mientras, las detenciones de opositores al régimen de Ahmadinejad siguen aumentando, al igual que el control mediático, lo que ha significado, por ejemplo, que se hayan censurado páginas web que entregaban informaciones diferentes a las de los medios oficiales. Lo mismo ha ocurrido con los periodistas extranjeros, a quienes se les ha dicho que deben abandonar el país y no se les permite cubrir el devenir de las protestas. Esto último tiene como objetivo “tapar” la cruda realidad, que es la dura represión con la cual las fuerzas policiales están sofocando las manifestaciones públicas, que siguen pidiendo la anulación de los comicios.
Según cifras oficiales, ya han muerto cerca de 20 personas, pero se estima que el total de víctimas sería cercano a 150. Nada de extrañar, si se toma en cuenta el mensaje entregado por Ali Khamenei, líder espiritual de Irán y que está por sobre el poder político de la nación, quien declaró que “en caso de sangre derramada, ustedes (los opositores) serán los responsables”. Aquella frase, expresada el jueves pasado, no deja de ser alarmante, pues da pie a una libre actuación de los Guardianes de la Revolución y de las milicias Basijs, los principales cuerpos de fuerzas leales al guía espiritual y al presidente del país.
Bajo este contexto, cabe preguntarse qué irá a pasar con este proceso, que cada vez se hace más intenso, violento y preocupante. Aún más, si se toma en cuenta el hecho que Mir Hossein Moussavi afirmó que seguirá hasta el final y que está dispuesto a todo con tal de ganar esta lucha. Da la impresión que ninguna de las partes involucradas en el conflicto entregará su brazo a torcer y eso es, justamente, lo peligroso de este asunto.
Ha llegado el momento en el cual Mahmoud Ahmadinejad y Ali Khamenei acepten que su discurso nacionalista, anti-occidental y pro-islamista les dio ciertos frutos, pero que ya no se puede seguir manteniendo. La sociedad iraní ha dicho que no quiere esto, que busca nuevos cambios y paradigmas más acorde a la realidad del Irán de hoy. Es cierto, sigue siendo una teocracia, pero quizás ya no todos lo desean. Así como en 1979 se optó por eliminar el camino pro-occidental, quizás hoy el espíritu sea otro. Sin embargo, así no lo entienden Ahmadinejad y Khamenei, que seguirán defendiendo a ultranza su “revolución. Sí, porque en definitiva se trata de eso, implantar un nuevo momento histórico en la vida de Irán.
Claro que no será fácil, pues tendrán en Moussavi a un duro contrincante, que también intenta establecer un cambio, quizás no tan radical, pero donde sí se busca una mayor apertura hacia Estados Unidos y la Unión Europea.
Esa es la lucha de Irán. Ya no tiene que ver con su plan nuclear, ni de las relaciones con Israel o con el colonialismo occidental.
La primera piedra ha sido arrojada. La segunda, también.
¿Cuántas más vendrán?
Raimundo Gregoire Delaunoy
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@Ratopado
Fotografía: Murad Sezer / Reuters