Hace cerca de dos meses se realizó la mediática Cumbre de Paris, cuyo objetivo era darle mayor potencia al proyecto ideado por el presidente francés, Nicolas Sarkozy. Ahora, más allá de opiniones y visiones subjetivas, lo importante es intentar dilucidar hacia dónde va la naciente Unión por el Mediterráneo, que todavía no pasa de ser una incipiente iniciativa del mandatario galo. En este sentido, se hace imperioso analizar, ya sin la euforia post cumbre, la verdadera esencia del ahora denominado “Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo”.
Muchos insisten en que el concepto de hoy y las próximas décadas será la integración. Local, regional, continental y mundial. Económica, política y cultural. Comercial y tecnológica. Y así, sucesivamente, buscando diversos puntos en los cuales gobiernos de diversos países puedan complementar sus carencias y fortalezas.
Bajo este paradigma –el de la integración regional- el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, ha comenzado una interminable campaña en pos de obtener el apoyo necesario para llevar a cabo uno de sus grandes proyectos. Se trata de la Unión por el Mediterráneo, una iniciativa que aun cuando se encuentra en pañales, al menos ya dio sus primeros pasos hace poco más de un mes, momento en el cual 43 jefes de estado y gobierno se reunieron en la capital francesa. Nadie puede discutir que la organización de la Cumbre de Paris fue un éxito y que el proyecto de Sarkozy ha comenzado en buen pie. Sin embargo, es importante navegar por aguas más profundas e iniciar un análisis objetivo y exhaustivo, para así tomar una radiografía perfecta al “Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo”.
En este sentido, la gran relevancia de la Cumbre de Paris fue que permitió establecer tres cosas. Primero, que tras esta reunión se llegó a resultados concretos (pocos, pero no por eso dejan de ser reales). Segundo, este evento permitió que se dieran a conocer, directa o indirectamente, hechos puntuales y coyunturas de gran relevancia, no sólo para este proceso, sino que también para otros. Tercero y final, el encuentro realizado en la capital francesa sirvió para develar una serie de dudas y para dar cuenta de ciertas proyecciones a futuro.
De lo poco, ¿bueno?
Tras el término de la Cumbre de Paris se elaboró una declaración final en la cual se establecían conclusiones y, lo principal, las principales decisiones adoptadas en consenso. Al respecto, era importante saber cuáles serían los acuerdos obtenidos, especialmente en temas o áreas que de por sí son conflictivas o, por decirlo de otra forma, causan divisiones o visiones diferentes.
Uno de estos asuntos era, lógicamente, el Proceso de Paz en Medio Oriente. En este sentido no extraña que la declaración final se retrasara, justamente, por la reticencia de los países árabes, que buscaban imponer sus términos en torno a la conformación de este proyecto mediterráneo. Dichos estados querían que la Liga Árabe pudiese tener un rol activo en este proceso, cosa que no causaba gran alegría entre los europeos. Sin embargo, finalmente se acordó incluir a este organismo como observador, pero no se incluyó en la declaración final un reconocimiento expreso sobre el estado palestino.
Otro punto polémico tenía que ver con el movimiento de personas, algo que, por ejemplo, causa grandes dudas en el gobierno argelino liderado por su presidente, Abdelaziz Boutlefika. Sobre este asunto no se llegó a acuerdos y eso, justamente, una piedra de tope, ya que antes del inicio de esta cumbre Argelia ya había expresado ciertos temores.
Ahora, más allá del tema del traslado humano y de las disputas entre árabes e israelíes, se lograron ciertos avances, que permitieron elaborar proyectos concretos y resoluciones definitivas.
Lo más relevante lo constituye la conformación, poco a poco, de toda la estructura de este Proceso de Barcelona renovado. Para empezar, se decidió darle un nuevo bautizo a este proyecto, que ahora será conocido como “Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo”. Esto último tiene que ver con el hecho que al gobierno español no le agradaba mucho la idea de una Unión por el Mediterráneo, mientras que a Francia no le interesaba mucho mantener el nombre de un proyecto que, según Nicolas Sarkozy y el mismo Hosni Mubarak, había fallado y que era necesario actualizarlo y mejorarlo. Debido a esta pequeña lucha se optó por una decisión salomónica, que aunque no era el del absoluto agrado, al menos dejaba a ambas partes conformes. La diplomacia utilizada en este ámbito fue demasiado fina, lo que llevó al mandatario galo a decir que “no se trata de borrar el Proceso de Barcelona, sino que de complementarlo”.
Si bien la nomenclatura es importante, lo relevante es ver cuáles fueron, efectivamente, las medidas concretas que se adoptaron tras la Cumbre de Paris. En este sentido, se estableció que este proyecto funcionará con una copresidencia, una de la ribera norte y otra del sur. Quienes debutaron con este nombramiento fueron los presidentes de Francia y Egipto, Nicolas Sarkozy y Hosni Mubarak, respectivamente. Además, se realizará una reunión anual de ministros de Relaciones Exteriores y cada dos años tendrá lugar una cumbre del bloque. También, se dio origen a la secretaría, pero quedó en suspenso la elección de la sede de aquella institución. Al respecto, este asunto se zanjará en la próxima reunión de ministros, a realizarse en noviembre próximo, en la ciudad portuguesa de Lisboa. Las candidaturas ya han sido presentadas –en forma formal o informal- y se trata de cinco países. Barcelona (España), Rabat (Marruecos), Ciudad de Túnez (Túnez) y Malta se disputarán este honor y, por ejemplo, el mismo día de la cumbre el jefe de gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, hizo el anuncio respecto a la postulación de Barcelona como sede de la secretaría. Finalmente, el secretariado será la institución encargada del financiamiento y de supervisar la ejecución de los diversos proyectos elaborados.
Párrafo aparte para las iniciativas a las cuales se comprometieron los asistentes a la Cumbre de Paris. Se trata de seis ideas que serán puestas en marcha lo antes posible. Los proyectos son los siguientes:
- Descontaminación del Mediterráneo
- Autopistas del mar y construcción de infraestructura terrestre en la ribera sur
- Plan de energía solar
- Programa de protección civil
- Universidad euromeditarránea, con sede en Eslovenia
- Apoyo al desarrollo de las empresas
De esta forma, se dieron los primeros pasos en pos de darle una estructura sólida a este proceso, aunque, objetivamente, aún falta mucho por delante. Por ejemplo, cabe preguntarse de dónde se sacarán los fondos económicos. Ya se sabe que el Banco Europeo de Inversión (BEI) será una de las instituciones que colaborará en forma estrecha con la puesta en marcha de este proyecto, pero quedan dudas respecto a cuánto podrá ayudar, ya que desde 2002 a la fecha el BEI ha invertido siete millones de euros en el Mediterráneo.
De momento, no queda más que observar si las primeras piedras que se han puesto en este camino serán suficientes para ir construyendo una sólida base, que, a su vez, permita la consolidación del “Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo”.
Lo que demuestra la Cumbre de Paris
Teniendo en claro cuáles fueron os avances en concreto de la Cumbre de Paris, es importante dar cuenta de algo que incluso puede ser más importante que aquellos logros obtenido en el encuentro realizado en la capital francesa. Se trata de navegar en profundidades y develar tendencias que superficialmente son imposibles de ser reconocidas.
Problemas de cohesión
Lo primero es decir que parece imposible soslayar los serios problemas de cohesión que posee el proyecto ideado por el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy. Si intentar olvidar lo difícil que es intentar unir a 43 gobiernos en un solo bloque, aún más complicado es disfrazar u ocultar las grandes falencias de este proyecto, especialmente si se trata de implantar la cohesión necesaria para darle éxito a esta iniciativa. Al respecto, los diversos actores involucrados en el “Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo” presentan evidentes señales de fisuras internas.
En Europa, no todos ven con los mismos ojos el proyecto mediterráneo. Para empezar, no se puede olvidar que el plan original de Sarkozy tuvo que ser modificado, para así lograr el apoyo de Alemania y muchos otros países europeos. Ahora, el hecho de haber incluido a la Unión Europea en este proyecto no significa que no exista un cisma al interior de este bloque. De hecho, existe un importante grado de reticencia por parte de algunos mandatarios europeos. Además, las directrices políticas de los estados son bastante disímiles y, por ejemplo, no se pueden comparar las posturas de José Luis Rodríguez Zapatero y Nicolas Sarkozy. Mientras el primero ha trabajado arduamente por una mayor y mejor comunicación y cooperación con el Magreb y, particularmente, con Marruecos, el segundo ha generado leyes cuyo objetivo es endurecer el sistema de migraciones. Siguiendo con este punto, la nueva ley de inmigración de la Unión Europea mostró las evidentes diferencias entre los miembros del bloque. Aún más, el hecho que el Consejo de Europa la haya rechazado demuestra que mientras algunos buscan un trato digno para los inmigrantes, otros, simplemente, no quieren saber más de este asunto. Es por eso que es necesario reflexionar acerca de cuán factible es juntar a los 27 estados miembros de la Unión Europea en un proyecto que los uniría con los que, para algunos, se trataría de países con una población amenazadora.
Ahora, la Unión Europea no es el único bloque que presenta problemas de cohesión. En este sentido, es importante destacar la división existente al interior de la Unión del Magreb Árabe (UMA). Mientras Marruecos y Túnez ven con buenos ojos el proyecto mediterráneo, Argelia y Libia tienen muchas dudas respecto a esta iniciativa y, de hecho, para el líder libio, Muammar al Ghadaffi, el “Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo” es sinónimo de problemas, división y amenazas para el mundo árabe y africano. En resumen, se podría decir que existen tres posturas entre los miembros de la UMA. La oposición extrema liderada por Libia, la tibia reticencia de Argelia y el apoyo incondicional de Túnez y Marruecos. Mauritania aparece un tanto aislada y seguramente seguirá así, ya que tiene asuntos mucho más importantes a los cuales dedicarse como, por ejemplo, el golpe de estado realizado por los militares hace cerca de un mes. Sin embargo, más allá de todas estas diferencias, lo concreto es que el Magreb dio señales evidentes respecto a que ellos desean un rol principal en este proyecto y que no se repita la tendencia histórica de los países europeos, que, generalmente, terminan controlando el desarrollo de los procesos.
Conflictos persistentes
Otra conclusión, bastante palpable, es la continuidad de ciertos choques o focos conflictivos. Algunos con mayor intensidad, otros sin tanto eco, pero siempre impidiendo un equilibrio en las relaciones entre países, bloques o regiones. Al interior del Magreb, Argelia y Marruecos aún mantienen tensos vínculos, debido a diferencias en ciertas políticas y, particularmente, por el asunto del Sahara Occidental. Cerca de ahí, en Mauritania, un golpe de estado realizado hace cerca de un mes ha puesto en jaque el proceso de incipiente democratización de aquel país y amenaza con transformarse en tierra pantanosa, algo que favorecería el accionar de células terroristas. Esto último ya es un problema bastante serio en Argelia.
En Medio Oriente, las evidentes y lógicas diferencias entre los estados árabes e Israel han quedado expuestas ante los ojos de todos los asistentes de la Cumbre de Paris. En algo que era obvio y que se mantendrá durante muchos años más, el gobierno israelí aún no ha podido solucionar sus conflictos con Palestina, Siria y Líbano. En la medida que esta situación se mantenga en el tiempo parece imposible que se pueda aglutinar en un solo bloque a árabes a israelíes. Si bien es cierto que se han realizado esfuerzos para llegar a acuerdos, todavía no hay grandes hechos concretos que permitan vislumbrar una salida positiva. Tanto así, que la firma y lectura de la Declaración de la Cumbre de Paris se retrasó ante las exigencias de los países árabes respecto a la cuestión palestino-israelí.
En pleno mar Mediterráneo, otros dos conflictos siguen con vida. Se trata de la división de Chipre y la lucha por recursos petrolíferos entre Libia, Malta y Argelia. El primero de ellos ha sido un verdadero dolor de cabeza para Turquía, que en este asunto ha encontrado una barrera para su proceso de adhesión a la Unión Europea. En cuanto al segundo problema, es una situación que sin ser grave, ni categórica, sí causa cierto temor, ya que estas viejas disputas impiden un mayor entendimiento y desarrollo económico de la región.
Por último, el accionar de la Unión Europea en el conflicto árabe-israelí deja en claro, que aquel bloque desea una paz que sea beneficiosa para sus intereses. Por eso, hasta el momento, la postura del bloque europeo ha sido bastante ambigua y poco definida. Son capaces de establecer sanciones económicas para los territorios palestinos y, al mismo tiempo, de elaborar un discurso conciliador, pero muchas veces omiten las matanzas realizadas por las ofensivas israelíes al interior de las fronteras palestinas. Además, con la llegada de Nicolas Sarkozy al poder en Francia y con una cada vez mayor actitud recelosa hacia los árabes y musulmanes, da la impresión que Europa comienza a tomar una postura más favorable a Israel.
No todos están con este proyecto
Uno de los aspectos más fundamentales y evidentes ha sido el hecho que este proceso ha generado diversas posturas y velocidades. Mientras algunos gobiernos se han convertido en bastiones de este proyecto, otros sólo se limitan a seguir a la masa. En paralelo, algunos estados han dejando en claro que tienen dudas respecto al funcionamiento y/o la utilidad de esta iniciativa y, finalmente, aparecen los escépticos.
Esta situación, en honor a la objetividad, no debiera sorprender, ya que es evidente que el presidente francés, Nicolas Sarkozy, no tiene el mismo nivel de relaciones con todos los jefes de estado y/o gobierno involucrados en este proyecto. Además, su discurso pro-israelí genera ciertas dudas en los estados árabes, especialmente en aquellos donde la relación con Francia nunca ha sido fluida, como es el caso de Argelia.
Ahora, cabe preguntarse quiénes son los “mediterránescépticos” o, más simple, contrarios al nuevo cariz que adoptó el Proceso de Barcelona. El primero en aparecer es el líder libio Muammar al Gaddafi, que en todo momento ha dejado en claro que ni él, ni su gobierno se prestarán para una iniciativa como esta. De hecho, el pasado 10 de junio –casi un mes antes de la realización de la Cumbre de Paris- Gaddafi se reunió con los presidente de Argelia, Mauritania, Siria y Túnez y con el primer ministro de Marruecos. En aquella ocasión, el coronel Gaddafi dio a entender su postura y analizó, junto a los otros representantes de naciones árabes el proyecto propuesto por Nicolas Sarkozy. Tras considerar como una afrenta este proceso, el líder libio se despachó frases como “nosotros no somos hambrientos, ni perros para que nos echen huesos” o “nos toman por idiotas. Nosotros no pertenecemos a Bruselas. Nuestra Liga Árabe está en El Cairo y nuestra Unión Africana en Addis Abeba”.
En todo caso, más allá de estas expresiones, que puedan parecer mediáticas o de simple perogrullo, hay algo que dijo Gaddafi y que es, finalmente, el principal acontecimiento que molesta, específicamente, a los países árabes y magrebíes (africanos). Claro, porque Gaddafi declaró que “la Unión Europea persigue su cohesión y por eso ha rechazado el proyecto inicial del presidente francés. Claramente no querían una división al interior del bloque”. En este sentido, es importante analizar con mayor profundidad esta frase, porque tiene mucho de cierto. Nadie podría juzgar a la Unión Europea por preocuparse de su unidad y, de hecho, aquello es algo positivo. Sin embargo, alguien podría preguntarse por qué los europeos propulsan y apoyan un proyecto que si bien ya no produciría divisiones internas en su bloque, sí podría generarlas en el contexto, árabe, africano y magrebí. De esta forma, se entiende la molestia de ciertos líderes como Gaddafi, Bouteflika o Al Assad, quienes ven un doble stándard por parte de la Unión Europea. En pocas palabras, se trata de saber por qué ellos hablan de la unidad, si al final sólo les interesa mantener su cohesión y no la de los otros bloques involucrados en este proyecto.
Ahora, directamente relacionado con esta situación, se puede establecer la existencia de un “club de los rebeldes”. A la cabeza de este grupo está, era que no, Muammar al Ghaddafi, apoyado por los presidentes de Argelia y Siria, Abdelaziz Boutlefika y Bashar Al Assad, respectivamente. Ahora, estos tres gobiernos no están solos en su cruzada, ya que reciben el apoyo de otros estados como Mauritania y Turquía. En el caso mauritano, las cosas cambiaron mucho desde que se produjo el golpe de estado militar, asi que el asunto mediterráneo ha pasado a un segundo o tercer plano de relevancia. En cuanto a los turcos, existe mucho recelo respecto a este proyecto, ya que se piensa que podría una maniobra cuyo fin fuese dejar, definitivamente, fuera de la Unión Europea a Turquía. Además, existen severas dudas respecto al carácter mediterráneo de este país, ya que si bien tiene costas en este mar, sus relaciones políticas, económicas y sociales están orientadas, en muchos casos, hacia otras regiones como Asia Central, el mundo musulmán, los estados turcomanos y, últimamente, África.
Por último, no se puede dejar de mencionar que al Mashrek no le interesa esta iniciativa y parece estar mucho más enfocado en solucionar los problemas existentes en Medio Oriente y seguir puliendo un bloque en el Golfo.
Avances en relaciones entre países
Un aspecto positivo de la Cumbre Euromediterránea de Paris es el hecho que esta reunión sirvió para que produjeran necesarios e imprescindibles acercamientos entre estados que no poseen buenos nexos entre sí. Es el caso, por ejemplo, de lo que ocurre entre Francia y Siria, Libia y Siria e Israel y Líbano. Las relaciones entre dichos países han tenido serios inconvenientes en los últimos años y es por eso que un aproximamiento a nivel gubernamental se consideraba esencial para mantener con vida las esperanzas de un cierto éxito para este proceso que recién comienza.
Al respecto, quizás en este ámbito se establecieron los hechos concretos más relevantes y cuyo alcance va mucho más allá del espacio mediterráneo e involucra, directamente, al conflicto árabe-israelí y a todo lo que acontece en Medio Oriente. Lo de Francia y Siria es muy positivo, ya que ambos países mantenían bloqueadas sus relaciones desde 2005, año del asesinato del entonces primer ministro libanés Rafik Hariri. Igual de esperanzador ha sido el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas entre Siria y Líbano, algo inédito desde que ambos países lograran su independencia en 1943. Si bien este hecho se produjo el 13 de agosto, un mes antes, en Paris, ambos gobiernos ya habían anunciado que estaban en serias negociaciones para iniciar el camino diplomático entre los dos países. Por último, y aunque sólo fueron declaraciones, no se puede dejar de mencionar que el presidente sirio, Bashar Al-Assad, y el primer ministro israelí, Ehud Olmert, dejaron abierta la opción a un diálogo, algo que ya ha comenzado desde hace un tiempo gracias a la mediación de Turquía.
Reinserción de Egipto en el contexto mediterráneo
Si bien siempre se ha dicho que Egipto es uno de los países más importantes dentro del contexto africano, árabe, musulmán y mediterráneo, las relaciones que aquel estado mantiene con gobiernos europeos ha sido un tema de gran relevancia. A sabiendas de las buenas conexiones existentes entre Egipto y Estados Unidos, era necesario establecer lo mismo, pero con la Unión Europea. Ahora, hasta el momento no se puede decir que egipcios y europeos gozan de una gran relación, pero al menos se le está empezando a dar mayor poder e importancia al gobierno egipcio en el “Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo”.
No es coincidencia que la primera copresidencia de este bloque haya quedado en manos, justamente, de Francia y Egipto. En este sentido, hay que destacar la figura de Hosni Mubarak, un líder que, como ya se ha hecho costumbre, sirve para demostrar el doble discurso de los europeos. Claro, porque al igual que en otras naciones árabes y/o musulmanas, la Unión Europea apoya a un presidente que claramente ha caído en violaciones a los derechos civiles de su población. Sin embargo, Europa parece preferir esta situación en la medida que se mantenga un gobierno laico en Egipto u otros estados árabes. Es por esto que surge la pregunta, ¿realmente existe una conciencia democrática?, ¿o sólo se trata de buscar los beneficios personales? Da la impresión que se trata de lo segundo y por eso, aunque suene majadero, no es una mera casualidad ver a Egipto teniendo un rol protagónico.
Finalmente, cabe consignar que cuando se inició el Proceso de Barcelona original, muy pocos estados árabes estaban con esta iniciativa. Hoy, la situación ha cambiado y ahora el único que no está es Libia. Por eso, nuevamente aparece como fundamental el rol que pueda cumplir Egipto en la primera copresidencia correspondiente a la ribera sur del Mediterráneo. ¿Será capaz Hosni Mubarak de torcer la mano de Muammar al Gaddafi?, ¿logrará seguir frenando las revoluciones religiosas y sociales que amenazan con explotar en países como Argelia y Líbano?, ¿podrá el gobierno egipcio establecer nexos con una Mauritania bajo el poder de los militares? Estos y muchos otros serán los desafíos que tendrá Egipto. Y siempre bajo la firme observación de Europa.
Conclusiones y proyecciones
Entendiendo la etapa previa a la Cumbre de Paris, el desarrollo de la reunión y el paso de los meses, se pueden elaborar un comentario u observación final. Si bien el nuevo formato del original Proceso de Barcelona ha demostrado mayor acción y presencia -básicamente gracias a la campaña del presidente francés Nicolas Sarkozy-, nada hace presagiar que esta iniciativa está encaminada al éxito. En paralelo, tampoco se puede decir que es la crónica de una muerte anunciada. Sin embargo, existen evidentes señales que sugieren prudencia a la hora de pensar en un futuro positivo para el “Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo”.
Claro, ya se realizó una primera reunión con 43 jefes de gobierno y/o estado, pero aquello aún no es suficiente para sentir que la base de este proyecto es sólida y con una importante garantía de permanencia en el tiempo. Alguien dirá que ya cuenta con una secretaría, con una copresidencia y con seis proyectos de alto vuelo. Empero, hay que hacer un cuestionamiento lógico respecto a cómo concretar las iniciativas y los planes ideados en la Cumbre de Paris. Por ejemplo, preguntarse de dónde vendrán los recursos económicos o qué sienten los pueblos de los 43 estados involucrados en esta unión mediterránea. ¿Realmente existirá un apoyo por parte de las masas en cada uno de los países involucrados?, ¿podrá aportar la Unión Europea con dinero si ya tiene hecho su presupuesto hasta 2013?, ¿será capaz el Banco Europeo de Inversión de soportar todo el costo económico?, ¿estará dispuesto a hacerlo?
Otro asunto muy importante es saber si aquellos proyectos de infraestructura en la zona costera magrebí tendrán un alto impacto en el ecosistema de la región. Se debe realizar un estudio profundo, que permita estar seguro que lo que se construirá sólo traerá beneficios y no turbulencias para los estados involucrados. En países como Argelia, Egipto y Túnez un estallido social podría agudizar más la inestabilidad política de sus gobiernos y aquello traería nefastas consecuencias para Europa. El riesgo de enfrentamientos ideológicos es demasiado grande y un error en la concepción de los proyectos euromediterráneos podría, en vez de aunar posturas, agudizar las divisiones ya existentes entre la ribera sur y norte.
En este sentido, cabe preguntarse qué sucederá con los diversos bloques regionales que de una u otra forma tienen nexos con el “Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo”. Por ejemplo, ¿será capaz la Unión Europea de sobrellevar su división interna?, ¿afectará esto al equilibrio europeo?
Misma pregunta debe hacerse respecto a la Unión por el Magreb Árabe (UMA), un organismo que está prácticamente paralizado desde hace cerca de 15 años. Es por esto que el cuestionamiento apunta a la nueva realidad de la UMA, que deberá definir, en conjunto, qué importancia le darán a la unión mediterránea recientemente planteada. Será interesante ver cómo dialogan entre sí Argelia y Marruecos, líderes de la región, pero que aún mantienen una disputa por el Sahara Occidental. Hay que ver cómo lo hacen estos países para convivir en un proyecto euromediterráneo tomando en cuenta que ya arrastran difíciles relaciones con sus vecinos. Aparte, ¿qué ocurrirá con la UMA?, ¿se debilitará o fortalecerá en caso que el “Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo” sea un éxito o fracaso?
Tampoco se puede soslayar lo expresado por Muammar al Gaddafi y que fue respaldado, implícitamente, por el presidente senegalés Abdoulaye Wade. El asunto tiene que ver con la principal advertencia hecha por el líder libio, quien asegura que este proyecto podría generar divisiones al interior del mundo africano y árabe. Es así que Wade fue bastante claro, al decir que “la idea de una Unión por el Mediterráneo, si se realiza, permitirá a África del Norte arrimarse a Europa, pero será una barrera que aislará a África del Sur del Sahara. De eso, los africanos deben estar muy conscientes”.
Los conflictos regionales son otro factor a tomar en cuenta y que permite no ser tan optimista respecto al devenir del “Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo”. Claro, porque en los alrededores y en la misma cuenca mediterránea, una serie de problemas y litigios fronterizos deben convivir, obligatoriamente. Existen focos conflictivos de gran preocupación y que pueden influir en las relaciones entre los estados involucrados y, por ende, al interior de esta nueva unión mediterránea. Sólo basta recordar el conflicto palestino-israelí, el proceso de paz en Medio Oriente, la crisis interna del Líbano, la división de la isla de Chipre, las disputas por yacimientos petrolíferos entre Malta y Argelia y, por supuesto, la rebeldía de Libia y la reticencia de Turquía. Todo eso, sin siquiera contar el conflicto del Sahara, el eterno problema de la inmigración clandestina e ilegal y, relacionado con esto último, las consecuencias de la última ley de inmigración aprobada por la Unión Europea.
Todo eso hace ver que la realidad empírica demuestra una mayor probabilidad o tendencia hacia la división, más que a la unión. Ese será, entonces, el verdadero desafío del naciente “Proceso de Barcelona: Unión por el Mediterráneo”.
Raimundo Gregoire Delaunoy
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