Retumban los ecos distantes de un navegante empedernido. Es el dulce ritmo del manantial africano, anclado en el cuerno, frente al Mar Rojo. Se trata de Mahmoud Ahmed, un revolucionario censurado, el pastor de los errantes. Un troglodita para Mengistu Haile Mariam.
Con sus letras, libres de violencia, llenas de autenticidad y estampadas bajo el estruendoso reino del León de Judea, entonces supo dar alguna alegría a un pueblo agónico, herido a muerte. Mientras, en 1986 el mundo entero se juntaba en pos de la famélica meseta etíope, azotada por la hambruna y devastadora sequía de sus campos.
En tanto, el régimen de Mengistu seguía cosechando más víctimas y continuaba menguando las energías del alicaído pueblo camita, mas su espíritu jamás decayó. Y si esto aconteció, se debió en gran parte al carisma de un hombre que jamás claudicó, que soportó con grandeza el peso de la censura y que nunca dejó de soñar con una Etiopía libre, en la cual el Rift Valley, el Lago Tana, el pico Ras Dashan, la depresión de Danakil y el Lago Turkana acogieran a los eternos caminantes del cuerno africano.
Y así llegamos a un 2003, con Girma Wolde-Giyorgis como jefe de estado, la sensible Eritrea como territorio independiente y el estancamiento, como fiel reflejo de una de las economías más pobres del mundo.
Curioso, pero la cuna de nuestra civilización no encuentra su rumbo, -ante la visión occidental-, mientras muchas voces siguen persiguiendo a los miles de admiradores del imperio del Negus o la enigmática Reina de Saaba.
Así es Etiopía, tierra fértil, trampolín cultural y sombra de un mejor mañana. Y entre tanta nostalgia aparece la figura abismante de Mahmoud Ahmed, un cantante como pocos.
Mahmoud Ahmed, bastión de los mortales.
Algunas de sus canciones:
Raimundo Gregoire Delaunoy
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@Ratopado